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  • Carlos Rodríguez Braun

CLICHÉS ANTILIBERALES

Conquistas sociales

La polisemia de la palabra social, aplicable a todo y siempre en sentido plausible, suele dejar esta conclusión: la única forma de lograr que lo social tenga algún sentido, y no se difumine en contradictorias humaredas, es interpretarlo como político. Lo podemos comprobar, una vez más, si analizamos un célebre cliché: las conquistas sociales.

Esa manida expresión jamás se refiere a lo que las personas logran libremente en la sociedad, con su propio esfuerzo y sus contratos y relaciones sociales, que generan riqueza y prosperidad sin violar los derechos de los demás. La mejor situación de trabajadores, familias y empresas, derivada de sus propias iniciativas voluntarias en la sociedad, paradójicamente nunca es saludada como una conquista social. Al contrario, es objeto de sospecha, de persecución impositiva y sumisión a un vasto y creciente abanico de controles, regulaciones, multas y prohibiciones de todo tipo.

Las famosas conquistas sociales, por lo tanto, se reducen exclusivamente a intervenciones del poder político, y comportan siempre el quebrantamiento de los derechos de los ciudadanos. El denominado derecho a la vivienda, por citar un ejemplo, exige violar el derecho de propiedad de los ciudadanos que han de sufragarlo.

¿Cómo consigue el poder que estos mismos ciudadanos legitimen, avalen y aplaudan dicho quebrantamiento? Mediante vastas campañas de intoxicación e intimidación que pretenden identificar la sociedad con la política –es decir, y aunque provoque escalofríos a las almas cándidas, técnicamente, el totalitarismo–.

Retórica colectivista

De ahí que las conquistas sociales acentúen la retórica colectivista, por ejemplo: el Estado democrático y social, o el Estado de bienestar por el que tanto hemos luchado. Esto es pura ficción.

El Estado democrático ha crecido espectacularmente sobre la base de no dejar a los ciudadanos elegir pagar menos impuestos y tener más libertad. Y el Estado de bienestar ha crecido en todos los países sin lucha alguna, y con y sin democracia. En España, sin ir más lejos, esa criatura supuestamente progresista y democrática creció durante la dictadura franquista.

La trampa fundamental estriba en que nos convenzamos de que el Estado que tenemos lo hemos logrado alcanzar nosotros mismos, está ahí porque es nuestro deseo, es el reflejo de nuestras preferencias. La prueba definitiva de ello es que está ahí porque hemos luchado por nuestros derechos. Está ahí porque es realmente la más grande de nuestras conquistas sociales.

Esto es tan obviamente falso que exige, como la mayoría de los clichés que estamos analizando, una repetición constante, un incesante machacar con falsedades; la más reciente es que se está desmantelando el Estado de bienestar. Hay solo pequeñas paradojas y contradicciones, por ejemplo: queremos más Estado pero no queremos pagar más impuestos, o nos encanta la democracia pero despreciamos a nuestros representantes…

Igual usted no ha conquistado el Estado. Ni usted, ni yo, ni la sociedad. Igual fue al revés.