• Carlos Rodríguez Braun
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CLICHÉS ANTILIBERALES

Avances socialistas y capitalistas

Que la humanidad progresa es a la vez obvio y cuestionable. Nadie discutirá que la tecnología ha propiciado una enriquecedora combinación de más productividad con menos esfuerzo físico. Pero tampoco nadie negará que en el último siglo las naciones más adelantadas del planeta se enfrentaron en las guerras más crueles, y enviaron a la muerte a más gente que nunca antes en la historia. Lo que rara vez se subraya es que la primera forma parte de y es propiciada por la sociedad libre, la economía de mercado y el capitalismo, mientras que las segundas fueron organizadas por los Estados. Al contrario, precisamente como la tecnología está asociada a la libertad, es objeto de recelo. Los Estados, en cambio, son saludados como encarnación del progreso. Una variante de ese desconcierto es la asimetría con la que se juzga la evolución del capitalismo y el socialismo.

El capitalismo es una excepción a la norma universal del Estado de derecho, porque debe demostrar que no es culpable. Esta miopía explica que el siglo XIX sea generalmente considerado un siglo de pobreza, ferocidad y explotación, cuando lo fue de relativa prosperidad, y de más libertad y más paz que ningún otro siglo anterior, o posterior. Pero es un siglo asociado al capitalismo, y al credo político vinculado a la economía de mercado, el liberalismo, con lo cual, toda sospecha que se cierna sobre él será legítima y sustantiva.

Matices

Y así, hasta hoy. No es que se niegue que el capitalismo represente algún avance en la humanidad, pero se lo matiza con sus retrocesos: la contaminación, por ejemplo, o los millones de pobres. Dirá usted: pero ¿qué pasa cuando no hay capitalismo? ¿es que no existen la contaminación ni la miseria?

Vemos entonces una llamativa asimetría: así como el capitalismo tiene que justificarse porque en principio es sospechoso, con el socialismo sucede lo contrario. A pesar de su larga y manifiestamente mejorable historia, el socialismo es disculpado en principio, por sus buenas intenciones originales, porque sus impulsos primigenios son generosos. Y todo esto a pesar de la caída del Muro de Berlín... Incluso más, cuando los comunistas no pueden negar los crímenes cometidos por los comunistas en nombre del comunismo, recurren al truco de sostener que si fueron asesinos entonces... ¡no podían ser comunistas!

Lo mismo vale para el socialismo democrático o vegetariano: sus probadas manifestaciones negativas, desde los impuestos hasta el paro, desde la ineficiencia hasta la corrupción, son minusvaloradas porque brotan de intenciones progresistas.

Y, por fin, una cálida fantasía es disolver capitalismo y socialismo, como si fuera la apoteosis de la moderación y la razonabilidad. Después de todo, si el capitalismo es malo, aunque, en fin, puede representar algún avance, y el socialismo es bueno, aunque, en fin, quizá a veces represente algún ligero retroceso a pesar de su inherente generosidad y congénita sabiduría, ¿por qué no tomar lo bueno de los dos?