CLICHÉS ANTILIBERALES

No hay dinero

En el artículo anterior analizamos las dificultades que afronta la reducción del gasto público y los incentivos que llevan a los políticos a incrementarlo. Y sin embargo, en algunas circunstancias no lo aumentan o incluso lo reducen. Su argumentación se limita a menudo a una idea aparentemente sencilla: “No hay dinero”.

Cualquiera puede entenderlo. Cuando las familias ven disminuir sus ingresos, hacen lo propio con sus gastos. Pero la asimilación entre el Estado y cualquier otra institución es engañosa: el Estado no es una familia, como tampoco es una empresa, una comunidad de vecinos o un club. Ya hemos anotado en este serie su rasgo esencial: el Estado monopoliza la violencia que él pretende que es legítima. Así, el Estado es una familia tan peculiar que puede arrebatar por la fuerza bienes de otras familias; ninguna familia ni ninguna persona pueden hacer eso sin acabar en la cárcel.

El gasto público

Y esta diferencia ilumina una característica económica del Estado. Cuando caen sus ingresos, puede que ajuste el gasto, pero es prácticamente imposible que lo haga como lo hacen las familias, y que descargue sólo en esa austeridad el peso del ajuste.

Por eso en la reciente crisis todos los gobiernos, empezando por el nuestro, han simulado que actúan como las familias, sujetando los gastos, cuando en realidad todos han recurrido al incremento de los ingresos, mediante mayores impuestos explícitos y presentes, y también implícitos y futuros, como se ve en la irresponsable explosión de la deuda pública.

Entonces, cuando los políticos dicen que van a recortar tal o cual gasto porque “no hay dinero” pretenden ser una familia o una empresa, pero hacen algo muy distinto. Lo que hacen, siempre, es combinar impuestos y gastos en la forma que más les convenga a ellos, que maximice su rentabilidad política y minimice sus costes políticos. Cuando Smiley dejó de subir el gasto público en 2010 no fue porque le dio un ataque de liberalismo y de respeto a la propiedad y los derechos de sus súbditos sino porque creyó, con razón, que su propia e insensata política podía llevar al país a la insolvencia durante su mandato. Y cuando Barbie subió los impuestos, violando todos sus compromisos, no fue porque los socialistas le engañaran (algo perfectamente predecible), sino porque pensó que si hacía lo que debía hacer, es decir, limitarse a reducir el gasto público, soportarían él mismo y su partido unos costes políticos más elevados que si hacía lo que hizo: frenar (poco) el gasto y subir (mucho) los ingresos.

Esa lógica explica que los políticos digan que no hay dinero pero mantengan las televisiones públicas y tantas cosas innecesarias. O estén presumiendo de cuidar la sostenibilidad de tantas cosas necesarias. Cuando hablan de dinero, desprecian el nuestro. Cuando hablan de sostenibilidad, aprecian la suya.