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CLICHÉS ANTILIBERALES

Proteger al débil

Hemos hecho ya referencia al error de que la libertad equivale a abandono y desprotección. Abordaremos hoy un cliché más concreto sobre el tema: Hay que proteger al débil.

Dirá usted que eso no es un cliché, sino una resonante verdad y un precepto ético y religioso milenario. Más aún, el cuidado del débil es un mandato imperioso desde los albores mismos de la civilización, o incluso antes, porque los animales lo practican.

Conviene, pues, aclarar que esta idea se convierte en una consigna política cuando es interpretada de la siguiente manera: proteger al débil debe hacerse mediante la expansión del Estado y el recorte de la libertad de todos, lo que puede ser objetable, pero en última instancia resulta plausible en aras del cumplimiento de dicho mandato.

Para blindar esta falacia se requieren supuestos igualmente falaces: el débil jamás podrá salir adelante por sus propios medios y en libertad; al contrario, en libertad será pasto de los fuertes, y de ahí la inmensa panoplia de intervenciones políticas y legislativas de todo tipo que parten de la base de que, efectivamente, el pez grande se come al chico; el Estado es la única institución capaz de evitar este destino esquivo, y lograr que los débiles no sean aplastados por... las instituciones de la libertad: la propiedad privada, el comercio, el mercado y las empresas.

Como dice el tango: mentira, mentira. Los débiles no sólo pueden salir adelante solos, sino que a menudo lo hacen, como lo prueban las numerosas historias que refutan el pensamiento único, las historias de los pobres que se enriquecen y las empresas que brotan casi de la nada y terminan derrotando a los supuestamente más poderosos Goliats. Esto vale para personas, empresas, regiones y países. Argentina era un país realmente pobre y débil a mediados del siglo XIX y pocas décadas después era rica tierra de promisión para sus habitantes e inmigrantes. No hay, pues, leyes de la selva económicas que impidan al débil sobrevivir y fortalecerse.

El poder

Pero ese proceso de superación de debilidades requiere la limitación de precisamente la misma institución que según el cliché permite dicha superación: el poder. La corrección política se revuelve frente a esta posibilidad, porque para ella no son concebibles las mujeres y hombres libres: lo que reclama es lo contrario, la expansión del poder para resolver nuestras debilidades.

Lo curioso del caso es que rara vez se piensa en lo débiles que somos frente a las alternativas a la libertad. Si somos débiles en el capitalismo, ¿cómo lo somos en el socialismo? Si somos débiles en el mercado, ¿qué pasa cuando no lo hay?

Fuera del mercado, el Estado puede causarnos y nos causa enormes daños, entre otras cosas nos empobrece y obstaculiza nuestra prosperidad. Nunca somos más débiles que frente al poder. Como dice Anthony de Jasay: el Estado puede protegernos, sí, pero nunca nos protege de él.