CLICHÉS ANTILIBERALES

La libertad tiene límites

La presunción de inocencia es baluarte de la civilización. Basta con imaginar que la máxima Ei incumbit probatio qui dicit, non qui negat no se cumpliera, y que la carga de la prueba recayera en el acusado, que sería considerado culpable salvo que demostrara que es inocente. Imaginemos que toda evidencia, por escasamente convincente que resultara, o por inadmisibles que fuesen los métodos por los que hubiese sido conseguida, fuese aceptada por los jueces. Supongamos, por último, que el lema relacionado con el anterior, In dubio pro reo tampoco fuera respetado, y que los jueces, ante la duda, condenaran siempre a los acusados. La sociedad sería probablemente inviable y seguramente invivible.

Sin embargo, como subrayaremos en este artículo y en el siguiente, dedicado a los fallos del mercado, con la libertad y sus instituciones pasa un poco eso: con ellas no vale la presunción de inocencia, y ante la duda, son culpables.

Repase el lector las mil y una trabas, prohibiciones e imposiciones que padecemos y comprobará que en su aplastante mayoría brotan de la presunción de culpabilidad de la libertad. Si somos libres, entonces nos haremos daño a nosotros mismos y dañaremos a los demás. Ante este prejuicio, la conclusión evidente es que no debemos ser libres, y de eso se ocupará el poder político y legislativo.

La democracia sirve para escamotear y legitimar esa vasta coacción, presentándose como la abnegada solución a los enormes problemas que nuestra libertad causa o podría causar, problemas que lógicamente exigen que la libertad individual esté severamente limitada, vigilada y controlada por las Administraciones Públicas.

Este cliché antiliberal se aplica a las empresas, cuya culpabilidad es propagada y subrayada por doquier, con tanta profusión que ha llegado a intoxicar a los empresarios mismos, que aceptan sin rechistar, o rechistando poco, los dogmas que los acusan de explotadores, tramposos, contaminadores y enemigos en general de la sociedad, que gracias a Dios cuenta con el Estado para mantener a raya a gente tan indeseable, que provoca crisis económicas, pobreza y desempleo a raudales, y se lucra a expensas del pueblo.

No es que se niegue la libertad del todo, pero se la estima una contingencia sujeta a sospecha. Lo expresa el popular dicho: “Tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario”. No sé si está claro: la libertad es una posibilidad, la coacción, una necesidad.

Para que lleguemos a aceptar semejantes patrañas se nos endulza dicha coacción no sólo con la democracia sino con la confusión de las lenguas: así sucede, por ejemplo, con ideas como el derecho o la igualdad, distorsionadas para avalar sistemáticamente la expansión del poder.

La preservación de la libertad exige el cuestionamiento de estas falacias, el restablecimiento de la presunción de inocencia para ella, y el reconocimiento de aquella vieja y olvidada verdad liberal que afirma que la libertad no depende de la forma del poder sino de sus límites.