La oficina en ‘The New Yorker’

Libros del Asteroide lanza una nueva antología de las caricaturas de The New Yorker, esta vez dedicada a la oficina, que continúa la excelente recopilación de viñetas sobre el dinero que ya comentamos aquí (http://goo.gl/1b5z4H)

El criterio de selección fue entonces cronológico; ahora es temático, y subraya las limitaciones que el trabajo impone, como todo en la vida. Así, un matrimonio se despide en la puerta de su casa, el marido con una expresión huraña, y la mujer le dice: “No cariño, todavía no. Cuando hayamos pagado la hipoteca y los niños hayan terminado la Universidad, entonces podrás escupirle a la cara”.

El clásico asunto de la maldad del jefe se repite: debe ser difícil dibujar una oficina sin ella. La secretaria habla por teléfono e informa a su interlocutor: “Lo siento, ahora no puede atenderle, le están afilando los dientes, ¿quiere dejarle un mensaje?”. O el jefe que le aclara a un subordinado: “Yo no tengo que jugar en equipo, Crawford. Yo soy el dueño del equipo”. Y es delicioso el surrealismo de la viñeta que muestra a la secretaria y a un visitante que contempla una pared vacía, mientras ella le dice: “El despacho del señor Smith no tiene puerta. Tendrá que atravesar la pared”.

Sobre la pertinencia de los temas, en la sección “Los adictos al trabajo” un hombre habla por teléfono desde su despacho con su mujer y le dice: “Mira, cariño, ya sé que tenemos unos horarios locos, pero sigo pensando que deberíamos sacar tiempo para consumar nuestro matrimonio”. A los contables igual no les gusta ver a una secretaria asomada a la puerta que avisa a su jefe: “El reverendo Gunderson está aquí para la bendición anual de la auditoría”. En la sección “Los conflictos laborales” se ve a un hombre atado a la silla y amordazado que mira estupefacto a la señora de la limpieza, que le dice: “Me gustaría desatarle, señor, pero nuestro sindicato es muy estricto”. E ideal para la jubilación: un hombre que pinta, pero en vez de cuadros son gráficos, y la mujer que protesta: “¡Por el amor de Dios! ¡Estás jubilado! ¡Déjalo ya!”.

Hay bastantes ironías sobre la esterilidad de las reuniones. En un Consejo de Administración, se dice: “Como consejeros debemos hablar con una sola voz. Propongo que lo hagamos con la del Pato Donald”. Y en otro: “Resumiendo, señores, hemos consensuado no decir nada, no hacer nada y esperar a que todo se olvide antes de nuestra próxima reunión”.

Y los recelosos de la capacidad de las nuevas tecnologías disfrutarán con un dibujo de Satanás que entrevista a un demonio/sátiro y le pregunta: “Estoy buscando a alguien que sea un experto en el arte de la tortura: ¿sabe usted de PowerPoint?”