Bailes satánicos

Sabedor de mi defensa liberal de la religión como “fortaleza civil” frente al poder, mi amigo Pablo Atienza me pasó, con insidiosa intención provocadora, la Carta Pastoral que firmó en 1946 el famoso arzobispo de Sevilla, el cardenal Segura, con el título: Los bailes, la moral católica y la ascética cristiana.

Es difícil, en efecto, no sonreír ante la absurda severidad del prelado burgalés y su condena a “la afición desmesurada a los bailes”, que interpreta como “incompatibles, no sólo con la ascética y la moral, sino hasta con la decencia”. El propio cardenal Segura recuerda que la Iglesia había criticado los bailes desde muy antiguo. Cita al padre jesuita Pedro de Calatayud: “El baile es un círculo, cuyo centro es Satanás”. Lo mismo pensaba el padre Claret sobre esos movimientos: “el demonio los inventó para perder a las jóvenes”; y añade que con objeto de combatir a los cristianos, los moros “restablecieron los bailes para pervertir a la juventud”. Por condenar, Segura condena hasta los bailes de caridad, y cita a monseñor Paredes, obispo de Puebla: “Gozar y divertirse para socorrer al que llora es inmoral”. Por cierto, en el Primer Conciclio Plenario de la América Latina, celebrado en Roma en 1900, dichos bailes de caridad fueron prohibidos.

Pero antes de precipitarnos en la condena a la Iglesia convendría recordar, como de hecho hace el propio Segura, que la prevención antidanzarina no sólo era antigua en las religiones, sino también entre los seglares e incluso los paganos: la Carta Pastoral cita a Pereda, Alcalá Galiano, Madame Staël, Petrarca y llega hasta la Antigua Grecia: Cicerón, Demóstenes, Ovidio, Séneca, Platón y Aristóteles. Sobre la supuesta tolerancia de quienes se presentaron como superadores del rigor católico, dicen María José Villaverde y Johnn Christian Laursen: “Algunos países protestantes (como la Ginebra de Calvino) y algunos autores de confesión calvinista (como Rousseau) prohibían o estaban en contra de los bailes, el teatro, la asistencia a tabernas, etc., y posteriormente, en los últimos años del siglo XVIII, los jacobinos reglamentaron incluso el vestir y la apariencia física (requerimiento de llevar el pelo largo y barba)” (Forjadores de la tolerancia, Tecnos, pág. 13). La austeridad llegó a parecidos extremos entre algunos de los líderes socialistas de finales del siglo XIX y comienzos del XX (Early liberal socialism in Latin America. Juan B. Justo and the Argentine Socialist Party, American Journal of Economics and Sociology, octubre 2008, pág. 572).

Dirá usted: entonces todos estaban en contra de los bailes. Pues no. La buena Ilustración, es decir, la liberal, percibió que los bailes y otras diversiones públicas servían como antídoto al sectarismo, al “disipar fácilmente en la mayoría del pueblo ese humor melancólico y apagado que casi siempre es el caldo de cultivo de la superstición y el fanatismo” (Adam Smith, La riqueza de las naciones, Alianza, pág. 729).