El buen Estado

Mariana Mazzucato. Quédese con el nombre, porque, salvo que los socialistas de todos los partidos hayan perdido totalmente el norte, lo verá usted en el futuro. Se trata de una economista y profesora de la Universidad de Sussex que le ha brindado al pensamiento único lo que más necesita: argumentos para demostrar que el moderno Estado intervencionista es imprescindible (http://goo.gl/7u92fS). Presentó su tesis en The Entrepreneurial State: Debunking Public vs. Private Sector Myths, que resumió para Financial Times (http://goo.gl/tj9JJM) y que recibió el respaldo entusiasta de su columnista Martin Wolf (http://goo.gl/L9BKIQ).

Todas las distorsiones de la corrección política están presentes. Así, no importa el déficit, sino en qué se gasta el dinero ajeno, porque hay que “resolver fallos del mercado financiando la investigación básica”, y el Estado la apoya “incluso en el descarnado capitalismo de EEUU”. Vamos, descarnado, prácticamente sin impuestos, no sé si me entiende.

Porque el Estado hace todo, desde Internet hasta la biotecnología, desde “poner un hombre en la luna hasta resolver el cambio climático”. A ver, ¿quién se atreverá a estar en contra? Bueno, es verdad que a veces fracasa, “pero los éxitos que conducen a tecnologías de uso general que pueden impulsar el crecimiento durante décadas merecen la espera”. Claro, claro.

Y este Estado angelical que inventa todo lo bueno, desde los medicamentos hasta el iPhone, es, sin embargo, criticado por unos egoístas que apoyan la libertad en vez de la burocracia. Qué barbaridad.

Este razonamiento convencional cae en lo que he llamado alguna vez la falacia del Estado que está. Como dice Wolf, “el sector privado nunca habría podido crear Internet o el GPS: sólo el Ejército estadounidense tenía los recursos para poder hacerlo”. El error estriba en dar por sentados los “recursos” que supuestamente no tendría la sociedad ¡si el Estado no se los quitara! También incurre Mazzucato en el tópico de que el sector privado socializa riesgos y privatiza beneficios, lo que es imposible de lograr en el mercado, porque sólo lo puede hacer el Estado.

No hay un análisis del Estado como es en realidad, sino una divinización fundada en tratarlo como si fuera un agente más de la sociedad. No se reflexiona sobre su gasto, sus costes, sus alternativas, su coste de oportunidad. Y la profesora termina con una humareda centropoide: “No se trata de que el Estado suprima el riesgo del sector privado sino de que ambos se arriesguen y obtengan beneficios”.

Todo brota de confundir un hecho evidente –las personas y las empresas utilizan el gasto público si pueden o si les conviene, como usted y yo utilizamos las carreteras del Estado– con la fantasía de que las cosas buenas que hace el Estado por las personas y las empresas no se harían si el Estado no estuviera.