Peligro: más ricos más ricos

Aunque usted y yo hayamos mejorado en estos años o décadas, ahora nos aseguran que, como Amancio Ortega ha mejorado muchísimo más, la situación es dramática y el Estado tiene que intervenir para impedir que esa desigualdad aumente.

Las estadísticas que nos presentan como pruebas son a menudo bastante deficientes. Por ejemplo, típicamente confunden patrimonio con renta, o eluden la consideración de los efectos del gasto público redistributivo. Pero no abordaré ahora estas debilidades de las cifras, y daré por sentado que la desigualdad es mayor dentro de los países, porque me interesa sobre todo ponderar el mensaje fundamental: la desigualdad es un mal que debe ser reparado mediante la acción política y legislativa.

Por asombroso que parezca, nadie termina de explicar por qué la desigualdad es mala. Quizá por eso la corrección política se ha inventado un adjetivo, y el Informe de Oxfam admite que “un cierto grado de desigualdad económica es fundamental” pero debe evitarse la “extrema concentración de riqueza”. Los extremos son malos ¿verdad?

Pues no, no es verdad. Que Amancio Ortega se haga hipermillonario, aunque ninguno de los demás españoles lo logre en análoga dimensión, no tiene nada de malo, porque a nadie perjudica. Cosa distinta, que la propia Oxfam reconoce, es la gente que se hace rica gracias al Estado, aunque eso no tiene nada que ver con la libertad ni con el capitalismo, y ha sido denunciado por los liberales desde Adam Smith. Pero el mensaje central es que si los empresarios en competencia se hacen muy ricos, eso, por seguir con Oxfam, “puede repercutir negativamente en el crecimiento económico y la reducción de la pobreza, así como multiplicar los problemas sociales, la desigualdad entre hombres y mujeres”, etcétera.

Que haya más ricos y que sean más ricos, en competencia, nunca es perjudicial para la comunidad. Sin embargo, toda la retórica convencional apunta en esa dirección, habla incluso de “acaparar” y transmite la idea de que los ricos son ricos porque les roban a los demás, vieja patraña marxista. Amancio Ortega no ha robado nada. ¿Qué argumento puede esgrimir el poder para alegar que es peligroso que él se haya enriquecido vastamente más que el resto de los españoles?

En esencia: ninguno. No es verdad que su mayor fortuna conspire contra nadie, y desde luego no conspira contra la igualdad de oportunidades, salvo que creamos, como creen algunos políticamente correctos, que la riqueza es un juego de suma cero.

Pero resulta que todo el mundo, desde el Vaticano hasta el Partido Comunista, pasando por todas las ONG, y todas las burocracias absurdamente calificadas de liberales, como el BM, la UE, el FMI, y el también absurdo Foro de Davos, nos aseguran que hay que hacer algo ante la desigualdad, presentada como gravísimo problema. El próximo lunes veremos para quién.