La desigualdad como “lucha” política

Aunque aceptemos las infladas cifras que se propalan por doquier, la desigualdad no es un problema económico, siempre que sea fruto del mercado. Los políticos, en cambio, lo presentan como algo tremendo, y le adjudican consecuencias nefastas: la sociedad está en peligro, se abre una “brecha”, e incluso proclaman que la democracia está amenazada, idea particularmente disparatada cuando lo que hacen los empresarios competitivos es enriquecerse mediante la elección libre de los ciudadanos.

Una muestra interesante de este pensamiento antiliberal es Thomas Piketty, que recoge la vieja ficción de que el Estado creciente ayuda al capitalismo, y también la nueva “solución” a la desigualdad (vamos, ¿no la adivina?): subir los impuestos a la riqueza… ¡con un gravamen mundial! En fin, esto no salvará a la democracia sino al Estado, que podrá seguir con su labor de exprimir a los ciudadanos, inficionándolos además con el camelo de que los crecientes impuestos son en realidad culpa de Amancio Ortega.

Si en la crisis algunos empresarios se han beneficiado, como los banqueros o los industriales automovilísticos, es porque el Estado les ha premiado con los recursos de todos, pero eso no tiene nada que ver con el capitalismo y todo con el intervencionismo. Y desde luego no tiene nada que ver con la “lucha contra las desigualdades”.

Esa “lucha” es simplemente un invento de los enemigos de la libertad para legitimar la coacción. Primero mienten alegando que es un problema y luego se presentan para resolverlo mediante recortes de la libertad. Obsérvese que en la sociedad todo está “mal” distribuido: pensemos en la belleza o el talento, por ejemplo. Pero el poder no puede hacer nada para redistribuirlos coactivamente y legitimarse haciéndolo. En cambio, sí puede quitarle a la gente el dinero, redistribuirlo con “justicia social”, y ser aplaudido por ello.

El edificio está montado sobre falsedades, pero no son arbitrarias ni caóticas, porque apuntan en la misma dirección: es bueno que el poder político se expanda. Para eso se abre el abanico de bulos, desde presentar a Roosevelt como el paladín de la clase media, a la que despreciaba y hostigaba, hasta alegar que hay que acabar con la economía sumergida y los paraísos fiscales, como si el problema estribara sólo en los que no pagan impuestos, pasando por atribuir el paro a los fallos del mercado, cuando precisamente se produce porque el poder impide actuar al mercado.

Y la desigualdad se subraya siempre de unos ciudadanos frente a otros. Eso es lo malo. En cambio, que el Estado crezca cada vez más, que sea cada vez más desigual, que tenga muchísimo más dinero y poder que los millonarios, eso no importa nada, claro. Lo malo es que sea rico Amancio Ortega, pero es bueno que sea rica la Agencia Tributaria. Porque, ya se sabe, “Hacienda somos todos”…

¿Y qué dicen los ciudadanos sobre la desigualdad? No se pierda el último capítulo de la serie el próximo lunes en este rincón donde se refugia la excepción a la regla.