Acusaciones y propuestas

En el debate de ayer pareció que, como es habitual, sobraron acusaciones y faltaron propuestas. En realidad, las acusaciones fueron también insuficientes. El presidente del Gobierno acusó de los males a otros, en particular al Gobierno anterior. Dijo que la incipiente recuperación “es un mérito de todos los españoles”, lo que es verdad, pero también insistió en el acierto de las medidas adoptadas: “No se podía hacer de otra manera”, lo que es falso. Pudo bajar el gasto público, y no lo hizo. Reivindicó, al mejor estilo socialista, “el reparto equitativo de las cargas”, como si la subida de impuestos fuera buena si es discriminatoria. Hablando de impuestos, no subrayó el incremento de los impuestos futuros que representa la explosión de la deuda pública.

Su discurso integró ficciones progresistas, desde el “esfuerzo mayor” a los que más tienen y las grandes empresas hasta la “cohesión social” para que “nadie quede en la cuneta”, y la “protección de los consumidores y las pymes” en el caso de la energía, lo que tiene su gracia. Este supuesto liberal habló del “reparto equitativo” y proclamó que “el Estado de bienestar es irrenunciable”. Para colmo, igual que los socialistas, él también anunció que la rebaja del IRPF se concentrará especialmente en los que ganan menos de 12.000 euros al año. Los demás habrán de prepararse.

Así como no hubo ninguna acusación a quien de verdad debía ser acusado, es decir, el Gobierno, el actual y los anteriores, la propuesta estrella de Rajoy intentó responder al flagrante fracaso del intervencionismo predominante: el paro. De ahí lo de la tarifa plana de 100 euros en la cotización social para la contratación indefinida de nuevos trabajadores. El objetivo de esta medida es cargarse de razón a la hora de atribuirse (no del todo, claro) la futura mejora en las cifras de empleo, que se produciría también en su ausencia. Con que los políticos dejen de hacer más daño, la economía puede recuperarse incluso con rapidez. Las otras medidas anunciadas, desde la formación profesional hasta la financiación empresarial o el apoyo a los exportadores, no fueron tampoco de mucha entidad.

Como siempre, Rajoy tuvo una ayuda notable que no se merece: Rubalcaba. Si resultó flojo el presidente, el líder de la oposición no ahorró demagogia mitinera, acusando al inquilino de La Moncloa de estar en contra de la intervención pública, lo que es una monstruosa falsedad (por desgracia), y pidiendo aún más gasto, recurriendo al camelo de la “desigualdad” y los mayores impuestos a “la riqueza”, y encima atacando injustamente a ministros como Fátima Báñez o Cristóbal Montoro, que podrían ser correligionarios. Terminó clamando, como todos, contra la clase media: quiere que la gente pague más por lo que gana, lo que tiene, y lo que hereda. Ahí es nada.

Dos conclusiones. Una, todo pudo ser peor. Y dos, ampliando una vieja consigna, las cosas pintan mejor no sólo a pesar del Gobierno, sino también de la oposición.