Fabuloso Loach

La última película del director británico Ken Loach, El espíritu del 45, es fabulosa. Vamos, que es una fábula, es decir, un relato ficticio con intención didáctica.

Lo didáctico es claro: pretende reivindicar el socialismo y enseñarnos que la libertad es mala, que Friedman y Hayek son diabólicos, y que la señora Thatcher era la Bruja Piruja que procuró acabar con generosas conquistas sociales poniendo en marcha un siniestro ataque contra el pueblo para desmantelar el Estado de Bienestar.

Para que uno se crea semejante patraña lo tienen que engañar, y de eso va esta película, una nueva muestra de que la izquierda tendrá muchos defectos, pero no el de no saber hacer propaganda. La idea misma de asimilar la victoria en la Segunda Guerra (donde los comunistas, con millones de asesinatos a sus espaldas, eran “los buenos”) con la victoria en la paz es muy inteligente. Se trata de colar la idea de que ganaron no sólo las izquierdas sino los creadores del Estado de Bienestar, lo que le haría mucha gracia al canciller Bismarck y a todos los que establecieron ese Estado en todos los países y desde todas las ideologías, incluyendo el régimen franquista.

La treta completa de Loach es la siguiente: los nazis eran los malos, los buenos que ganaron crearon el Welfare State, y los que quieren recortarlo, como la Thatcher, son igualitos a Hitler, no sé si está claro.

Para que no haya dudas, se enseñan imágenes de la policía reprimiendo; si usted se pregunta ahora por qué no ha visto prácticamente nunca una película sobre la represión en los países comunistas, va por buen camino.

Repite entrañables topicazos como que los servicios públicos tienen que ser estatales por ser “monopolios naturales”, y distorsiona a Hayek presentando A road to serfdom como si fuera un texto anarquista (le recomiendo la reciente edición en Unión Editorial). Una hora después de comenzada la película hay una ligera crítica a la nacionalización: parece que la de las minas no fue excelente…

Es una gran fábula. Siempre se habla del Estado como si fuera gratis, como si fuera una concesión generosa de los políticos hacia el pueblo trabajador, y, lógicamente, el comercio es perverso, porque en el mercado si uno gana otro pierde. En el Estado, por supuesto, esto no sucede jamás. La coacción política no es censurable: lo que es nocivo es la libertad. Lo peor es la “concentración del poder económico”. Que el poder político se concentre y aumente su coerción es saludable, naturalmente.

Es tan perversa la libertad que don Ken queda algo descolocado porque no puede explicar cómo fue que millones de obreros británicos dieron la espalda a los sindicatos y al laborismo y votaron durante años a la Bruja Piruja.