La fama de Fama

A propósito del último Premio Nobel de Economía ya criticamos aquí el disparate políticamente correcto de asumir que cualquier crisis prueba de por sí la necesidad de la intervención política (http://goo.gl/CKWpiO). Hoy revisaremos otra supuesta verdad: la idea de que la “hipótesis de los mercados eficientes” de Eugene Fama equivale a sostener que los mercados son tan perfectos como la teoría neoclásica los modeliza.

En 1963, en el Journal of Business,Fama exploró la teoría del paseo aleatorio en los mercados especulativos (http://goo.gl/RRt5ts) y concluyó que los cambios en los precios no se ajustan a una distribución de probabilidad normal o gaussiana. Aparecían los “cisnes negros”, es decir, las distribuciones long-tailed ante las cuales “la probabilidad de pérdidas abultadas es mayor” (pág. 427). Dos años más tarde, en la misma revista, prosiguió: las distribuciones son “leptocúrticas”, es decir, tienen demasiados valores en torno a la media y demasiados en las colas (http://goo.gl/KmrmRY). Se mantiene la dificultad de predecir debida a la independencia estadística (como dicen los anuncios: rentabilidades pasadas no garantizan rentabilidades futuras), y lo del mercado “eficiente” (que el propio Fama pone entre comillas) no significa perfecto sino “un mercado en el cual, dada la información disponible, los precios en todo momento representa buenas estimaciones de los valores intrínsecos” (pág. 90).

Volvió sobre la eficiencia en el Journal of Finance en 1969 (http://goo.gl/HHf7mU), dividiendo la información relevante en tres subconjuntos: débil (precios históricos), semifuerte (información disponible) y fuerte (pequeños grupos tienen información monopolística). En la segunda parte del artículo, en 1991 (http://goo.gl/l7ok9N) subraya: los costes de información no son nulos, con lo cual “la versión extrema de la hipótesis del mercado eficiente es sin duda falsa” (pág. 1575). Para contrastar la eficiencia del mercado se debe incorporar un modelo de equilibrio en los precios de los activos. Fama analiza la información privada en los fondos y no cree que refuten sus tesis. El co-Nobel Robert Shiller apunta que hay burbujas irracionales, y Fama responde que en la Bolsa esas burbujas supuestamente irracionales no son distinguibles de los cambios en los rendimientos esperados racionalmente: “El mercado es por tanto no plenamente eficiente (puede haber información privada no plenamente reflejada en los precios), pero en una forma que es coherente con el comportamiento racional de los inversores” (pág. 1581).

El debate sobre la información y las finanzas no está zanjado y es más profundo y sutil de lo que han pretendido los que, como es habitual en el antiliberalismo, utilizan cualquier crisis para arremeter contra el mercado. Las diferencias entre Fama y Shiller, por cierto, también tienen matices: el primero insiste en que los mercados son básicamente impredecibles y Shiller opina que pueden serlo pero sólo a largo plazo: “Es más fácil predecir a diez años que a uno”.