Adolfo Suárez, pilar de la Democracia

La figura de Adolfo Suárez volvió a reunir ayer un grado de consenso no visto en España desde los tiempos de la Transición que él pilotó de la mano del Rey. Hubo un reconocimiento unánime a su labor impagable para instaurar la Democracia tras la muerte de Francisco Franco en 1975. Un mérito que el expresidente del Gobierno siempre atribuyó al conjunto de la sociedad española, en la firme convicción de que sin la voluntad inequívoca de la mayoría de los españoles por alcanzar tras demasiados años de confrontaciones fratricidas una convivencia pacífica y en libertad no hubiese sido posible llevar a cabo una transformación de tal envergadura que, posteriormente, se convirtió en un ejemplo a seguir en todo el mundo. Sin embargo, parece difícil creer que el resultado hubiera sido el mismo sin el compromiso firme de Suárez con la misión encomendada.

La obra política del expresidente del Gobierno responde fielmente a su personalidad, marcada por una vocación temprana y la determinación férrea de servicio a España. Junto a ello, su estilo conciliador y dialogante sirvió para aunar voluntades en pro de la llegada de la Democracia y para reparar las profundas heridas históricas que enfrentaban a la sociedad española. Pese a ello, Suárez fue víctima de duros ataques de la oposición en sus últimos años de Gobierno y fue descabalgado del poder por los dirigentes de la UCD, el partido que él mismo fundó como vehículo integrador que diese estabilidad al Ejecutivo en los primeros años de democracia. Probablemente la mayor prueba de su ejemplaridad fue la manera en que supo apartarse voluntariamente de la primera línea política cuando comprendió que su presencia podía convertirse en un obstáculo y su negativa a desvelar los motivos reales que le llevaron a presentar su dimisión el 29 de enero de 1981. Su posterior actuación durante el golpe de Estado del 23 de febrero le valió ya entonces el elogio general, incluso de sus enemigos. Paralelamente a la transición política, emprendió la económica para sacar a España de la crisis con los Pactos de La Moncloa, en los que se pactaron con todos los partidos de la oposición las medidas necesarias para transformar la economía nacional y que dieron inicio a los acuerdos de Estado en asuntos clave para la estabilidad.

Suárez supo reinventarse como demócrata convencido y asumir el coste personal y político de decisiones difíciles pero necesarias para cimentar la Democracia como la legalización del Partido Comunista en 1977. Su legado de consenso, tolerancia y servicio debe ser la guía para regenerar la clase política actual.