Política y precisión

En un reciente libro, Jamie Whyte denuncia las trampas que tienden los intervencionistas tras una supuesta precisión científica (Quack Policy. Abusing Science in the Cause of Paternalism, Londres, Institute of Economic Affairs, 2013). Muchas personas hacen cosas que los biempensantes aseguran que no deberían hacer, desde fumar hasta comer grasa. No lo hacen porque sean imbéciles, sino porque obtienen un beneficio de tales actividades, con lo que cuando el poder reduce el consumo de cosas por debajo de lo que deseamos nos está causando un daño. Todas las investigaciones que “demuestran” lo bueno que es reducir ese consumo pasan por alto dichos beneficios.

Una acción típica es elevar artificialmente el precio de las cosas “malas” que consumimos. Pero como nuestro consumo integra tanto ventajas como desventajas, si la elasticidad de nuestra demanda no es nula, todo incremento de precios reducirá el consumo, cosa que sabemos sin necesidad de hacer ningún estudio científico. Dice Whyte: “Si decidimos ignorar la pérdida de beneficios que también se produce cuando cae el consumo, sabemos de antemano el resultado que obtendremos”.

A propósito de los efectos externos, por ejemplo, la decisión de dónde se puede fumar se puede dejar a los ciudadanos, porque la externalidad negativa no alcanza para justificar la prohibición, más aún cuando la evidencia sobre el enorme daño padecido por los fumadores pasivos es endeble.

En el llamado cambio climático también se abusa de la ciencia: cuando los políticos nos aseguran que está científicamente probado que la Tierra se calienta y se calentará de modo catastrófico por culpa de la acción humana libre, ignoran los datos, los métodos y el éxito predictivo de los climatólogos; en cambio, nos aterrorizan con calamidades inminentes e irremediables salvo que el Estado recorte nuestra libertad. Whyte recuerda el caso de las vacas locas, cuando anunciaron que cientos de miles de británicos iban a morir… y desde 1997 han muerto sólo 170.

Incertidumbre

El riesgo, la probabilidad de acontecimientos adversos, difiere de la incertidumbre; es decir, nuestro conocimiento de esa probabilidad. El ecologista proverbial no dice que tal cosa va a suceder, dónde y cuándo, sino que asigna probabilidades a cada resultado. Es decir, describe riesgos. Pero de ahí pasa a llamarlos “incertidumbre” y convierte esa incertidumbre en un incentivo para actuar y reducir los riesgos. Las predicciones climáticas son curiosas: mientras muchos modelos predictivos son mejores a corto que a largo plazo, los expertos en el clima se equivocan a menudo en el tiempo de mañana, pero algunos proclaman que saben lo que va a pasar con el clima en 2050.

Nos abruman con su supuesta precisión científica, pero aunque los modelos climáticos se basen en leyes físicas ciertas, sus predicciones no tienen por qué serlo. Las leyes físicas no dan lugar a modelos climáticos. Si así fuera, concluye Whyte, habría sólo un modelo, en vez de varias docenas.