Nacional, liberal, racional

Me interesó esta tesis del profesor Juan Urrutia: “El ser nacionalista me parece condición necesaria para ser liberal”, que resume en su ensayo: A la individuación por la pertenencia, Energeia, Vol. 6, Nº 1, 2014 (http://goo.gl/V48Hn7).

Para llegar allí atraviesa etapas poco convincentes, desde que “el individuo no nace como tal” sino que llega a ser mediante un “despojamiento” donde entra el nacionalismo, da por supuesto lo que debe demostrar, hasta alegar que “los liberales han abdicado de sus principios… se han acomodado a la idea nacionalista de controlar la propia moneda”, lo que desde luego encaja mal con un Hayek que recomendó, precisamente, “la desnacionalización del dinero”. Y la definición de liberalismo se va ampliando de modo que hay “un liberalismo á la Keynes” que sí es compatible con el nacionalismo, que es consecuencialista, “ya que mide las cosas de acuerdo con su impacto en el bienestar, cohesión o mejora en cualquier sentido, del grupo”.

Y así la persona deja de ser protagonista: “El individuo es una creación social”, y en esa sociedad la clave no es la persona sino el colectivo: “No hay individuo que no forme parte de un grupo”, nos dice el profesor Urrutia, como si eso significara prioridad del grupo sobre la libertad y los derechos de la persona. Añade: “Algunos grupos son algo más que una colección de individuos”. Ese algo más es la identidad nacional, lograda o deseada.

Como ya no hay individuos cuya libertad deba ser preservada, el nacionalismo es liberal porque “representa la exigencia del reconocimiento como entidad colectiva que no quiere pasar desapercibida”. La libertad individual es despreciada en tanto que “liberalismo cosmopolita”, y se defiende un nacionalismo que primero subordina al individuo y después lo cambia y le da, por fin, sentido: “el nacionalismo puede, como mínimo, ayudar a la transformación del propio individuo, haciéndolo pasar de una mera hipótesis, no del todo justificada, a una esperanza de futuro”.

En teoría puede haber una aproximación entre liberalismo y nacionalismo, como ha defendido Jesús Huerta de Soto (http://goo.gl/XMGJwF). Después de todo, ambos recelan del Estado como dice bien Juan Urrutia: “Para el uno es demasiado intervencionista; para el otro demasiado grande”. Lo que a mi juicio es incompatible con la libertad individual es partir de la negación del individuo, condenar su defensa como vano cosmopolistismo, “individualismo poco genuino”, y argüir que la verdadera libertad consiste en someterse a los disidentes nacionalistas (imagino que disidentes hasta que consigan su nación).

Aunque quepa, por tanto, cuestionar la racionalidad de este argumento que identifica el “liberalismo más contundente” con la precarización del individuo, conviene abordar el tema de la autodeterminación que, dice Urrutia, “sería difícil de rechazar por parte de los liberales, pues está en la base del espontaneísmo social, y no reconocerlo violaría la libertad de los ciudadanos conformados en un grupo”.