Liberales y federalistas

Richard E. Wagner, catedrático de Economía en la Universidad George Mason, es una figura destacada dentro de la escuela de la elección pública que fundó su maestro, James Buchanan. En American Federalism: How Well Does It Support Lady Liberty? concluye que el sesgo proliberal del federalismo es posible pero no necesario (http://goo.gl/ANpc1d).

Esto resulta extraño, porque lo habitual es sostener que el federalismo es más propicio a la libertad que el unitarismo. Y resulta aún más extraño en el caso concreto que analiza Wagner, el de su país natal, que brotó del rechazo al Estado absolutista. Para los founding fathers el Estado no es la fuente de los derechos individuales sino una creación de la gente para protegerlos. Los norteamericanos llamaron federalismo a la noción de que el poder carece de una fuente única, pero lo cierto es que eso se parece más a la idea de una confederación, que es lo que efectivamente eran los Estados Unidos al final de la Guerra de la Independencia.

Se comprenden los vivos debates en torno a la Constitución, cuyos defensores se llamaron federalistas, mientras que los partidarios de los articles of confederation fueron llamados anti-federalistas cuando, como dice Wagner, en realidad “eran los verdaderos federalistas según el uso milenario del término”, mientras que los partidarios de la Constitución denominaron federalismo a una nueva forma política que combinaba aspectos federales y estatales. Se impusieron, pero “los anti-federalistas tenían razón en su reclamación de que ellos eran los verdaderos federalistas”. Al final se establecieron dos fuentes de poder, los estados y el gobierno federal.

Junto al conflicto entre dichas fuentes, que desembocaría en la Guerra Civil, había una preocupación por limitar el crecimiento del poder democrático, con unas cortapisas que fueron desactivadas con el tiempo. Wagner recurre a una idea de Vincent Ostrom: la democracia es una suerte de transacción faustiana: sacrificamos algo importante para obtener una ventaja transitoria, y nos arrepentimos. Recordemos que también en España buena parte de lo que lamentamos, desde las tensiones políticas en torno a los nacionalismos hasta los impuestos y las múltiples limitaciones a nuestros derechos y libertades, derivó de decisiones políticas democráticas.

Mientras los políticos pretenden resolver los inconvenientes que ellos mismos han creado, el problema de la nación y la libertad, y de la armonía o incompatibilidad entre nacionalistas y liberales, no puede abordarse al margen de la vieja doctrina de que no es la forma del poder lo que garantiza nuestra libertad, sino sus límites. Y en ningún país, centralista o descentralizado, esos límites han ido a más. En España no sólo han ido a menos, sino que todo indica que seguirán yendo a menos, y esto no dependerá de si los separatistas se imponen a los unionistas, o al revés.