Los que luchan contra la pobreza

Los que luchan contra la pobreza son… tachán, tachán… ¡los pobres! Uno de los olvidos más llamativos del pensamiento único es que se llena la boca con eso de “la lucha contra la pobreza” y nunca presta atención a los propios pobres, que son quienes realmente la protagonizan. El mismo paternalista desdén que ha tenido siempre el antiliberalismo de derechas e izquierdas hacia los trabajadores lo tiene con los pobres, a quienes concibe, típicamente, como incapaces de salir de la pobreza por sí mismos, y necesitados, por tanto, de la coacción política y legislativa de mentes ilustradas que resolverán la pobreza dándoles a los pobres dinero… ajeno, claro.

Se repite siempre el mismo esquema mental, que se remonta a la vieja patraña marxista que bloqueaba toda posibilidad de mejora del trabajador explotado por el malvado capitalista. Pero Marx confiaba en la revolución socialista, que finalmente se produjo y, tras cien millones de trabajadores muertos, no ha tenido, digamos, un éxito apreciable. Ya no claman, entonces, los progresistas por el comunismo, sino por el intervencionismo democrático, pero la matriz intelectual es análoga, y se supone que los pobres son una categoría petrificada de personas no habilitadas para prosperar en libertad, bulo que se repite en todos los casos en que se apela a la coacción para resolver problemas insolubles: es el caso de las mujeres, por ejemplo, a las que se insulta pretendiendo que si no hay cuotas nunca van a ascender ni a mejorar.

Esto carece de sentido. La pobreza ha disminuido de modo notable en el mundo gracias a los esfuerzos de los propios pobres, y lo ha hecho tanto más cuanto menos hostiles hayan sido las instituciones frente al empeño que todo ser humano tiene en mejorar su propia condición. No ha sido la llamada “ayuda exterior” la clave de esta mejoría, igual que no lo han sido las cuotas ni las demás humillantes discriminaciones positivas para la prosperidad de la mayoría de las mujeres.

Pero esto es veneno para la corrección política, que lo que quiere es “luchar contra la pobreza” empobreciendo a consumidores y contribuyentes, y enriqueciendo a los Estados (reveladoramente, en este caso no les importa nada la “desigualdad”). De ahí que sólo conciban los resultados en función de la redistribución coercitiva, y se lamenten por ejemplo de que “las ayudas no atajan la pobreza”, sin pensar en que los pobres son los protagonistas, y que en su deseo de mejorar pueden enfrentar más o menos obstáculos.

Si revisamos las propuestas antiliberales de todos estos generosos (con dinero ajeno), comprobaremos que su idolatría de la coacción (en nombre de “los derechos” y la “justicia social”) apunta generalmente a dificultar la lucha contra la pobreza que libran aquellos más interesados en superarla: los pobres.