Wicksell vs. Edgeworth

Muchos especialistas en Hacienda Pública son normativos o exhortatorios, es decir, están siempre dispuestos a escribir sesudos informes sobre cómo deberían ser los impuestos. D.Herbert y R.E.Wagner los derivan del famoso artículo de Edgeworth de 1897, The pure theory of taxation, del que brota la nutrida bibliografía sobre la imposición óptima, con talentos como Ramsey o Mirrlees. La idea es que la política fiscal es obra de ilustrados que buscan mejorar nuestra condición desde lo que libremente elegimos: “La actividad mercantil es el campo donde se crea el primer borrador del manuscrito de la vida social. Más tarde, este manuscrito es corregido a través de una redistribución colectiva utilitaria con objeto de incrementar la utilidad agregada según la conceptualizan los teóricos” (David Herbert y Richard E. Wagner, Taxation as a Quasi-Market Process: Explanation, Exhortation, and the Choice of Analytical Windows.

Frente a esa visión está la idea positiva o explicativa que parte de Knut Wicksell y su A new theory of just taxation de 1896, que intenta ver a la Hacienda Pública no como un campo del absolutismo sino como el resultado de un proceso de interacción no totalmente diferente del mercado, buscando “un marco institucional para la interacción social que reflejara las demandas individuales de servicios colectivos del mismo modo que los resultados del mercado reflejan las demandas de los individuos”. Pero para que esto sea así las reglas del funcionamiento político deben ser muy cercanas al consenso, al revés de lo que sucede en democracia, donde basta la mayoría para imponer cualquier decisión colectiva sobre la sociedad.

La siguiente complicación a la hora de entender cómo funciona el Estado en realidad es el salto entre una determinada demanda de bienes públicos, que experimentamos porque vivimos en comunidad y la oferta real de esos bienes suministrados por el Estado, y que no viene determinada por nuestras demandas sino por la acción de políticos, burócratas y grupos de presión. “Lo primero sienta las bases de una cierta aceptación general de la tributación y lo segundo prepara la extensión ilimitada de las cláusulas especiales, exenciones, deducciones y excepciones que sirven para crear la complejidad fiscal como un subproducto del reconocimiento natural de que el mejor impuesto casi siempre es el que paga otro”.

Mientras que lo primero requeriría unos impuestos reducidos cuya regulación cabría en un folio, lo segundo es lo que explica por qué, más allá de los voluminosos informes sobre la reforma tributaria y la fiscalidad óptima, los impuestos en la práctica son tan altos y hay decenas de volúmenes, decenas de miles de páginas, y millones de palabras en la legislación fiscal. También explica por qué es tan raro encontrar voces que argumenten que los bienes públicos podrían ser suministrados por el sector privado, y que la sociedad podría organizarse bastante mejor con bastante menos coacción.