Arte y deporte

El pintor londinense Jacob Willer escribió en noviembre un artículo en la revista Standpoint con este provocativo título: ¿Una nueva Edad de Oro? Que el arte imite al deporte (http://goo.gl/2Y8iqy).

Es sabido que la energía imaginativa de cualquier comunidad humana no discurre siempre por los mismos canales: “En la Italia renacentista se orientó con eficacia hacia la pintura, en la Inglaterra isabelina hacia el teatro, y en la Alemania posterior a la Reforma hacia la música”. Nadie dudará de que los deportistas contemporáneos son los mejores de la historia. A pesar de las jeremiadas que el pensamiento único desgrana sobre el supuesto mal de la desigualdad, lo cierto es que, así como nadie quiere ser igual, porque queremos ser mejores, también queremos que otros (quizá no todos) lo sean, y por eso disfrutamos con las superaciones de los deportistas, cuyos logros estamos dispuestos a seguir y a aplaudir, y a pagar por hacerlo. Nos asegura el pensamiento único que la competencia es mala, pero lo que hacemos en la práctica es alabarla en los deportes sin remordimiento alguno.

Willer piensa que ahora la energía imaginativa se canaliza hacia esas actividades: “Deberíamos reconocer que así como nos preocupamos del deporte, lo mismo hacían los florentinos del Renacimiento con respecto al arte. El arte era popular, les entusiasmaba y se volvieron adictos a su progreso”. El contexto que fomenta la competencia explica los resultados, y “los florentinos eran enérgicamente competitivos en arte”, con lo que “parece probable que la verdadera cultura, para desarrollarse, necesita esta suerte de interés obsesivo que es primero inspirado por la excelencia y después la inspira a su vez”.

¿Qué sucede, en cambio, con el arte actual? Hay cánticos hacia su papel trascendental, y un profuso intervencionismo, pero no una presión para la inspiración y la competencia. Esto dijo Goethe sobre Rafael: “Nació con prometedores dones naturales y creció en una época en que el arte era cultivado con la máxima dedicación e interés, con mucho esfuerzo y perseverancia. Los maestros enseñaban el camino y conducían al principiante hasta el umbral: él daba el paso final y entraba en el templo del arte.”

Siempre se ha creído que un deportista o un músico prometedores no alcanzarán grandes metas si sus talentos no han sido desarrollados suficientemente antes de los catorce años o una edad similar, aunque Willer señala que hoy “habitualmente se supone que para pintar o esculpir basta con un curso universitario”.

El artista londinense recomienda que nos dediquemos menos a lamentarnos por los errores actuales y más a celebrar las glorias del pasado, un pasado en el que el arte era tan competitivo, y por ello tan excelente, como el deporte es en nuestros días.