Liberalismo y economía convencional

Habitualmente tendemos a pensar en manada, y son pocos los que se atreven a romper con la ortodoxia mayoritaria en cualquier campo del saber. Sin embargo, no sólo es evidente que la mayoría no significa intelectualmente nada a la hora de ratificar la veracidad o falsedad de cualquier teoría, sino que de hecho a menudo sucede que son las minorías las que tienen razón. Por eso conviene saludar el libro Robust Political Economy. Classical Liberalism and the Future of Public Policy, que publica la editorial Edward Elgar. Su autor es Mark Pennington, que se doctoró en la London School of Economics y es catedrático de Economía Política en el King’s College de Londres.

Los economistas liberales somos a veces estigmatizados por otros economistas no sólo como si fuésemos ignorantes (es normal creer que quien piensa distinto a uno está equivocado o no sabe nada), sino además como si defendiésemos una teoría poco realista, fantasiosa, onírica, como si el liberalismo se limitase a repartir una pobres cápsulas ideológicas nada más. El texto de Pennington es útil para refutar esta ficción.

Hace frente al paradigma neoclásico del equilibrio y subraya que es él, y no el liberalismo, el que fructifica en un mundo de fantasía, en el cual, como comentó Hayek, numerosas ‘demostraciones’ no son más que conclusiones aparentes de lo que en realidad ya se había supuesto de antemano.

En el mundo neoclásico también hay liberales, como sucede con destacados economistas de la Universidad de Chicago. Pero a Pennington tampoco terminan de convencerle, porque cree que tanto ellos como los que les critican desde el lado más intervencionista caen en esa tendencia equivocada.

A favor del mercado

Un tema típico de la economía convencional es aceptar que el mercado está bien (es decir, que es un artefacto que asigna con eficiencia) pero sólo si es perfecto. Como obviamente no lo es, entonces eso ya abre la puerta para un torrente de intervenciones. Mark Pennington desmonta este bulo y prueba que se puede argumentar en favor del mercado sin necesidad de depender de supuestos irreales.

Por otra parte, los economistas antiliberales que se apresuran a concluir que los mercados no son perfectos no se toman la molestia de explicar “por qué los Estados podrán generar el equilibrio necesario en lugar de los mercados: simplemente suponen que lo harán”. El libro revisa las debilidades de las teorías sobre los fallos del mercado, que arrasaron en el siglo XX con la competencia imperfecta, las externalidades, los bienes públicos, la información, los incentivos, etc., en dos olas: primero en los años 1930 y 1940 y después durante las décadas de 1970 y de 1980.

Como cabía de esperar en un crítico del neoclasicismo denuncia, hablando de realismo, la notoria falta de realismo de tantos economistas antiliberales que están todo el rato pontificando con irritante solemnidad sobre los fallos de las empresas y los mercados sin haber visto ni uno jamás.