Memorias y memoriosos

Pedro Almodóvar comentó hace algún tiempo que está “preocupado con la memoria histórica” y que uno de sus proyectos versa sobre las víctimas del franquismo: “Me gustaría que se me ocurriera una historia relacionada con los ciento y pico mil asesinados que todavía permanecen donde fueron enterrados, en cualquier zanja… la época de la dictadura no se cerrará hasta que se resuelva el problema de los muertos en la cuneta”.

El realizador manchego repite el nuevo mantra de la izquierda más sectaria que, desde el siniestro Rodríguez Zapatero hasta los actuales populistas socios municipales y autonómicos (de momento) del PSOE, pretende dinamitar la transición en aras de la llamada memoria histórica; que no es ni una cosa ni la otra, porque no se trata de recordar, sino de reescribir la historia, utilizando a las víctimas de la guerra, pero sólo a las de un bando, como excusa y bandera. En realidad, no pretenden superar la dictadura, sino explotarla políticamente.

Y no se puede superar el franquismo porque ya está superado: lo superó el pueblo español en la transición, proceso difícil en el que los políticos de nuestro país estuvieron por suerte a la altura de la ciudadanía. Y por supuesto que se revisó el franquismo: no ha dejado de ser revisado en multitud de trabajos académicos, periodísticos y artísticos, por regla general brindando una visión falsa y edulcorada de la Guerra Civil, y pintando a los franquistas como los únicos malvados. Precisamente, la transición respetó la realidad, y fue un éxito porque los españoles sabían que los dos bandos tenían mucho que hacerse perdonar.

Curiosamente, uno de los símbolos de la transición fue el cambio de nombre de las calles, y los viejos del lugar recordamos que se hizo sin traumas y con escasas protestas. Y no eran cambios menores llamar Paseo de la Castellana y Gran Vía a las avenidas del Generalísimo y de José Antonio. De modo que si los de Podemos quieren cambiar nombres de calles ahora no es porque no se hizo antes, sino por otra razón. Es que, como recordó el periodista Federico Ysart en ABC, hace cuarenta años esos cambios se fraguaron desde el acuerdo, mientras que ahora se pretenden imponer desde el sectarismo, el enfrentamiento y la división. Tal es el fundamento de la infausta memoria histórica.

En el Congreso de los Diputados hay una galería de retratos con todos los presidentes de las Cortes a partir de las de Cádiz en 1812. En la transición se planteó la posibilidad de quitar los de los procuradores del franquismo, pero se decidió que no, con el apoyo de Rafael Alberti y la Pasionaria, que algo de memoria tenían. Los sabios más memoriosos rechazarán el sectarismo, la confusión y la manipulación, y acudirán a Tácito para denunciar a los malos políticos: “Ubi solitudinem faciunt, pacem appellant”, donde crean un desierto, lo llaman paz.