Rajoy y el rayo de Arquímedes

A la una de la tarde el fuego de la canícula se cernía sobre la azotea del Club Financiero Génova con tanta virulencia que parecía que el cielo se vencía. Allí no se movía un alfiler. Los candidatos del PP por Madrid mantenían prietas las filas, pero no para asegurarse un hueco en la foto, ni como mímesis del tancredismo mariano, sino para esquivar en lo posible la bocanada de calor que caía a plomo sobre la capital. Así que Mariano Rajoy se puso a presentar las directrices de la campaña electoral pronto y en la mano, como decía Chenel, para huir pronto de allí y de las encuestas.

Hay que hablar sólo de lo bueno y hacer pedagogía, arengó; hay que abanderar las causas de la clase media y de las pymes; hay que defender la unidad de España y la soberanía de los españoles; hay que hacer de la educación el hilo conductor de la transformación del país; y hay que supeditar el resto de objetivos a la generación de empleo. Hay que, en suma, centrar el tiro en todo aquello que más interesa a los votantes de Ciudadanos. Para recuperarlos.

El giro estratégico de Rajoy no chirrió. Hacía tanto calor que sólo le quedaban dos opciones: seguir la película sin pantalones, como hacían Harrison Ford y Sean Connery en los planos medios de Indiana Jones para no sudar, o empezar a robarle votos a Albert Rivera, poniendo a sus electores frente al espejo del PP, para que se reconozcan de nuevo y le voten. En conciencia, por utilidad o por hastío, pero que le voten.

El 13% de los españoles conservadores eligió la papeleta naranja el 20-D. De ellos, siete de cada diez podrían volver al PP, desencantados con un partido que se enamoriscó del PSOE. No es el principal caladero de C’s, que triunfa más entre liberales, democristianos y progresistas, pero en el ala conservadora el número de votos en juego tiene seis cifras.

Así que el gran arma de campaña del PP es un espejo. O incluso un espejo ustorio –Arquímedes lo creó para atacar los barcos enemigos en Siracusa, reflejándoles los rayos solares hasta hacerlos arder–. El candidato les pidió a los suyos ser más como C’s, sin dejar de ser el PP, con “tolerancia”, “moderación” y mano izquierda. Al tiempo, centró los tres ejes principales que deberán defender. El primero y principal, el empleo, para crear dos millones de nuevos puestos de trabajo en la legislatura y que España llegue a tener “20 millones de empleados” y pueda pagar las pensiones. El segundo, “las políticas sociales”, así, en general, y supeditadas a que haya un mayor número de cotizantes (para pagarlas, claro). El tercero, la “defensa de la unidad y soberanía de España”. De hecho, Rajoy dará visitará dos veces Cataluña, que por otra parte es el gran feudo de Ciudadanos.

La educación va a ser otro pilar de la campaña popular, con una férrea defensa de la enseñanza concertada frente a “la agresión en las autonomías con influencia de los radicales”, en lo que fue la única referencia directa a Podemos en tiempos de pinza. Con la concertada PP y C’s compiten por el mismo votante, católico y de clase media. Acto seguido, Rajoy recordó que volverá a bajar los impuestos “a medida que la recaudación vaya aumentando”, al tiempo que seguirá “controlando” las cuentas, y que hará más esfuerzos para fomentar la creación de riqueza por parte de pymes y autónomos.

Luego la soldadesca popular se marchó a esparcir las instrucciones de Rajoy, con formación en tortuga y parada técnica en los boxes del bar de la azotea. Allí se hablaba de atacar sobre todo los flancos débiles de C’s, como Andalucía. La formación naranja tiene nada menos que 10 últimos escaños provinciales en disputa.

Sea como fuere, la arenga de Rajoy a sus correligionarios no fue ni mucho menos producto de un golpe de calor. La estrategia viene definida desde Génova y La Moncloa, o sea por Jorge Moragas, director de campaña y cerebro del himno popular en versión merengue.

Rajoy y Moragas saben que atacar a Ciudadanos les hará recuperar votos, pero a costa de debilitar a su único socio posible. Los analistas creen que el PP debería polarizar la campaña y dejar que los naranjas, que ahora se dedican a pescar en el centro-izquierda, deshuesen al PSOE. Además, la técnica del “rayo de Arquímedes” que quiere usar Rajoy tiene un peligro: que Albert Rivera se la guarde para, después del 26-J, exigir su cabeza como precio de una hipotética alianza. Entonces podría producirse el magnicidio que algunos ansían en el PP. ¿Matarían a Rajoy quienes ayer se reblandecían al sol por él? Es mucho aventurar.

Cuenta la leyenda que, en una cena en la que le tocó sentarse delante de la chimenea, George Washington se quejó del calor y alguien le comentó: “Un general debe estar acostumbrado al fuego”. Washington replicó: “Sí, pero no por la espalda”.