Feliz Navidad

Escribo esta columna el mismo día que millones de catalanes van a votar en unas históricas elecciones autonómicas. A las palabras gruesas y mensajes efervescentes típicos de la demagogia de las campañas electorales, vendrán después las negociaciones secretas, las intrigas entre bastidores, la defensa de intereses personales, con el único objeto de armar coaliciones verosímiles. Al día siguiente de que esta columna vea la luz, sábado 23, tendremos una edición más del clásico Madrid-Barça. Entre el lógico hartazgo de los que pasan del fútbol, o de los que no son seguidores de uno u otro club, aflorarán emociones contenidas, nervios desatados, frustraciones reprimidas, ilusiones inexplicables a la razón. Si en el seguimiento de la realidad palpitante me salgo de esta España crispada y cainita, el panorama internacional también ofrece un menú variado de problemas y desafíos. La amenaza permanente y cruel del terrorismo internacional, los nubarrones de un populismo expansionista exacerbado por la corrupción e injusticia de las élites gobernantes, el crónico conflicto palestino-israelí, la seria amenaza nuclear que supone el siniestro régimen norcoreano, las difíciles negociaciones de un divorcio doloroso –eso es el Brexit–, la tragedia de movimientos migratorios provocados por la barbarie y la miseria –las pobres y buenas gentes huyen de la locura–, configuran un paisaje en el que las reticencias al cambio en un suelo europeo envejecido pueden hacer acto de aparición, dado que parece evidente que el futuro mira hacia el este, hacia la energía y dinamismo de un continente, Asia, que crece imparable. Y en el trasfondo de la escena que se representa a nivel mundial, en el marco de una invasiva revolución digital, de una economía global interdependiente, tenemos de inquilino en el Despacho Oval al tuitero más activo, popular, irritable e irreflexivo de todos, Donald Trump. Permanentemente conectado, impide o dificulta una conversación pública de calidad que aborde las grandes cuestiones de nuestro tiempo. Su liderazgo brilla por su ausencia.

En este ir y venir informativo, en esta vorágine vital, ansiando un remanso de silencio y soledad, encuentro en el diario personal de Miguel Torga un apoyo valioso. “Nos pasamos los días al margen de lo que verdaderamente es vida. Nos pasamos leyendo en el periódico cosas tristes, ambiciones desmesuradas, hipocresías, guerras, y agudizando en nuestro interior la amargura de todo esto”. Gracias al médico y escritor portugués, saltando días bulliciosos y conflictivos, mi cabeza vuela al domingo 24 de diciembre, la entrañable fiesta de la Nochebuena cristiana. Junto con Reyes, para muchos, entre los que me encuentro, los días más felices de la infancia y también los más serenos y enriquecedores de la madurez. Días que no dejan a nadie indiferente. O bien porque se quedan en la epidermis de actos y cenas protocolarias con personas que sólo vemos ocasionalmente, o bien porque nos invitan a profundizar en las relaciones con nuestros familiares y amigos. Torga, declarado escéptico, falto de la fe que le hubiera gustado tener, expresa con la libertad y autoridad que le caracterizan: “Navidad. Y, sólo por esto, el mundo parece otro… Al hombre le hacen cada vez más falta estas fechas sagradas. Para reencontrar la santidad en la vida, para dejar que afloren sus impulsos religiosos profundos, para comer y beber ritualmente, para dar y recibir regalos, para sentir que tiene familia y amigos, para verse trasfigurado en las calles por las que habitualmente camina a ras de tierra… En días así estamos en gracia, contentos de cuerpo y limpios de alma, enriquecidos con todos esos dones que proceden de una comunión íntima y simultánea con todas las fuerzas benéficas de la tierra y del cielo. Dones capaces de hacer nacer en un pesebre, milagrosamente, sin padre carnal, un Dios de amor y perdón, en contra de los más pertinentes argumentos de nuestra razón”.

Días para la esperanza de un futuro mejor, también para la nostalgia de un pasado irrepetible. Días para la alegría de estar con nuestros seres queridos, también para el dolor de la pérdida de los que ya no están con nosotros. En el fondo vivir es perder. Salud, amigos, trabajos, familiares, oportunidades, momentos...perder. Días para cantar a la vida, también para llorar por cicatrices del alma aún tiernas e incisivas. Días para expresar palabras que tienden puentes frágiles de entendimiento, también para saborear un silencio a menudo maltratado. Días para el niño que todos llevamos dentro, pequeños y mayores. Estimado lector, por encima del resultado de las elecciones catalanas y del endiosado y marketiniano clásico del fútbol, Feliz Navidad.