El móvil y sus diversos adictos

EXPANSIÓN del nueve de enero se hacía eco de una noticia destacada. Dos accionistas de Apple, Jana Partners y el Sistema de Retiro para Profesores de California, preocupados por la adicción que los iPhone provocan en los niños, animaban al equipo directivo a desarrollar nuevas herramientas de software que permitan a los padres controlar el uso de los móviles de sus hijos. En Financial Times, el 18 de este mismo mes, Roula Khalaf publicaba una columna titulada Is our Kids iPhone addiction Apple’s problem?. Sensibilidad creciente ante un reto educativo, siguiendo cronológicamente la sucesión de artículos o reportajes sobre el referido tema, en El Mundo de este sábado, en una entrevista de Pedro Simón a Emilio Calatayud, juez decano de menores, un despliegue generoso de personalidad y sentido común –su crítica de que “estamos haciendo unos niños muy lights. Y la vida es dura” es de tal entidad que merece una columna ex profeso– se da un salto dramático. Por su juzgado pasan casos como el de un chico de 14 años que le ha atravesado la mano a su madre con un cuchillo porque le quitó Internet. O chicas a las que se la ha quitado el móvil un fin de semana e intentan suicidarse. Otro chaval le rompió la nariz a su madre ciega por desconectarle el ordenador. Llevaba enganchado a un juego en red sin dormir.

Extremos trágicos, son la punta violenta de un iceberg inmenso que contiene la conflictiva relación de los jóvenes con la tecnología. Padres permisivos, dejados, prefieren obviar la mirada y no reparar en un problema que se nos está escapando de las manos. Un iPhone chulo puede ser la mayor distracción para nuestros hijos, y la mejor forma de asegurarnos que no nos dan la lata. Hipnotizados y embrujados por atractivos artilugios tecnológicos, garantizan horas de paz y silencio en casa. Sus efectos sobre su memoria –músculo en desuso–, sobre su capacidad de aprender, sobre su potencial para pensar por sí mismos y profundizar en la resolución de problemas, sobre su habilidad para prestar atención a un determinado asunto sin saltar mentalmente de un sitio a otro, son negados o relegados sine die. Afortunadamente empieza a aflorar un estado de opinión que intenta equilibrar el universo maravilloso de posibilidades y oportunidades que la era digital nos brinda con los riesgos que por exceso de uso la tecnología provoca en los hábitos de estudio, aprendizaje y diversión de nuestros hijos.

Desafío sobre el que todo el tiempo y dedicación que nos merezca me parecerá poco, echo de menos que no se hable del efecto de los nuevos dispositivos en los adultos. ¿Cuántas personas lo primero que hacen al arrancar la jornada es enchufarse al móvil? ¿Cuántas lo último que hacen al costarse y buscar un descanso reparador es apagarlo o ponerlo en modo avión? En nuestra vida social, familiar, ¿cuántas tertulias se ven torpedeadas por la actividad incesante de los móviles? En el ámbito laboral, ¿cuántos profesionales son capaces de tener un mano a mano constructivo y honesto sin interrupciones digitales? ¿Cuántas reuniones del comité de dirección no cuajan en una oportunidad diferencial para la inteligencia colectiva, para el espíritu de equipo, porque los móviles echan humo? ¿Cuántos consejeros permanecen absortos en sus pantallas mientras la reunión del consejo de administración languidece entre bostezos? ¿Cuántos hombres y mujeres pueden estar sin chequear sus móviles, pensando en silencio, paseando en soledad, charlando de un modo que capten el estado de ánimo de su interlocutor, leyendo su lenguaje corporal, sin que les dé un sincope? ¿Cuántos, enganchados a su majestad el móvil, sufren un síndrome de abstinencia digital? Si no cultivamos la disciplina de poner los medios a nuestro alcance en off, deberíamos sopesar muy seriamente optar por el modo on. Sociedad sobreestimulada, bombardeada desde todas las instancias imaginables, se disipa con una facilidad pasmosa, deteriorándose la calidad de nuestro tiempo. Dispersos y superficiales, preferimos movernos en la epidermis de los desafíos presentados, sin profundizar lo suficiente en el diagnóstico de nuestros males y soluciones. En una sociedad permanentemente conectada se corre el riesgo de que se resienta el tono, interés y complicidad de nuestras conversaciones.

Ahora que se habla tanto de inteligencia artificial, o invertimos en nuestra inteligencia para administrar la información y medios puestos a nuestra disposición, o la indigestión mental va a ser inolvidable. La brecha puede crecer hasta límites insospechados. Dicho en forma de eslogan, inteligencia artificial, estupidez humana, mala combinación. Nuestros hijos no son los únicos que necesitan ayuda.