Los tiempos del liderazgo

A la hora de discernir la calidad de diferentes liderazgos el tiempo se revela primordial. Los líderes meramente hábiles, rápidos, listos, oportunistas, suelen conducir con luces cortas. Su mirada no alcanza a ver más allá de una realidad superficial, sin reparar en las corrientes profundas que se ocultan en el subsuelo de la historia. La última crisis económica no se explica sin analizar el tiempo como factor diferencial de estudio. ¿De qué adolecen numerosos sistemas de compensación? Dos males enfermizos se retroalimentan mutuamente. El primero tiene que ver con una fe ciega en los números, en los criterios cuantitativos de evaluación de un profesional. Puede ser que a veces no se alcancen los objetivos presupuestados por razones exógenas –cambios políticos, legislativos, competencia, hábitos de consumo nuevos…– y sin embargo se puede estar ante una magnífica gestión que minimiza los daños. En otros momentos, la desviación al alza no se debe tanto al gestor como a factores geopolíticos.

Intrínsecamente ligado a la devoción incondicional a los números, sin ahondar en sus causas, internas o externas, vive el cortoplacismo. Los sistemas de remuneración de muchas empresas, a la hora de fijar la parte variable del montante total, no van más allá del año en curso. Me he encontrado casos donde la entrevista de evaluación del desempeño, donde se fija el variable, tiene una cadencia trimestral. Con esos plazos in mente se fomenta adornar la cuenta de resultados, actuando rápidamente sobre los costes para lucir mejores márgenes. No digo que estos recortes no sean necesarios. Empresas de éxito sin darse cuenta ganan peso con riesgo de transformarse en burocracias gigantescas. Una objeción al respecto. ¿Dónde quitar grasa? ¿En un centro corporativo que tiene a gobernar con ojos de controller o en la línea de negocio, pegada a la calle, al cliente, sufridora y presa fácil de exprimir? Pregunta controvertida, solo llamo la atención sobre el peligro de eliminar órganos vitales, de perder músculo humano, sin actuar sobre las zonas más flácidas y aburguesadas.

¿Cuántas empresas remuneran a sus directivos teniendo en cuenta elementos cualitativos –desarrollo de un equipo, embajador de una cultura atractiva para el talento, cantera fértil de profesionales que pueden recoger el testigo…–? Aquéllas que piensan en estos términos inexorablemente se ven impelidas a estirar el horizonte temporal de evaluación. Este enfoque exige desarrollar dotes de observación y análisis, visión panorámica, habilidades estratégicas, sentido de comunidad, mentalidad inclusiva, decisivas para un mundo global e interdependiente. ¿Existen empresas que alzan la vista y vislumbran un horizonte lejano, difuso, pero que los vientos de cambio traerán más temprano que tarde? Conozco algunas, entre las que destacaría empresas familiares. Presidente ejecutivo, fundador, dueño, último responsable ante el consejo de administración, hombre de acción, amor al detalle, puede abarcar con su personalidad y energía un campo de actuación tan vasto que impida o ralentice el florecer de otros profesionales. El sentido común aconseja delegar, dejar de hacer tareas que no tocan ahora, hacer equipo, pero sus hábitos lo empujan a entrar en demasiados frentes. Otra faceta de su vida le puede ayudar en esta encrucijada. Como padre piensa en la siguiente generación, en sus hijos, quiere que estén listos para llevar la nave a buen puerto. Es aleccionador ver al fundador en este doble rol, presidente–padre. Entre ambos encuentra el equilibrio. Un porcentaje de preguntas y dilemas decisionales de más largo alcance me las encuentro también en empresas que tienen una fuerte cultura de compromiso, con la sociedad, clientes y capital humano.

Donde más se nota esta miopía visual es en política. Obsesionados con las siguientes elecciones, pocos políticos piensan a largo plazo. Ésa es la nota distintiva de los estadistas, usan luces largas. Conocedores del pasado, interpretan fielmente el presente y sueñan un futuro mejor al que convocan a todos. El debate actual sobre el sistema de pensiones español es un ejemplo clamoroso. Asunto crucial, imparable. Un sistema diseñado para otro tiempo muestra su obsolescencia para encarar desafíos como una pirámide poblacional radicalmente invertida, el desarrollo de la medicina, el número de parados… Con solvencia técnica y grandeza de miras se ha de renovar un Estado del Bienestar del que nos podemos sentir orgullosos. Cuando el problema ya no se puede esconder ni dilatar, una parte sustancial de la clase política enseña su lado más populista y demagógico.

Opción delicada, el ambiente empuja en una dirección temporalmente impaciente. En una sociedad donde la conversación es secuestrada por la inmediatez de las redes sociales, es más fácil captar la atención con regates en corto y palabras tremendistas que con reflexiones y propuestas honestas. La verdad se acaba imponiendo, pero tarda tanto que la mentira es una tentación irresistible.