Maestro, gracias

Me van a disculpar que me sirva de esta columna para recordar a un entrañable colega de Claustro, Fernando Pereira, fallecido el pasado 30 de marzo, Sábado Santo. Nacido en Madrid en 1930, Doctor Ingeniero de Caminos, fue profesor del IESE en el departamento de Control desde 1958, año de la fundación de la escuela. Entre otros encargos, director general del IESE de 1970 a 1978. Sin pretender esbozar en estas líneas un retrato completo de su persona, me gustaría destacar algunos rasgos de su carácter.

1Fernando era un animal pedagógico. En sus clases de Contabilidad Financiera era capaz de captar y mantener la atención tanto de profesionales que trabajaban en las firmas más prestigiosas de auditoría, o en el área financiera de diversas empresas, como de aquellos alumnos que nunca habían visto un balance en su vida. Gracias a él muchos alumnos del IESE perdieron el miedo a la Contabilidad. Por primera vez entendían perfectamente porqué el activo es igual al pasivo, los problemas de tesorería, liquidez, de una determinada empresa, sus fuentes de financiación, etc… Su libro, Contabilidad para la Dirección, todo un clásico, escrito en colaboración con colegas de su departamento, ha sido una guía valiosísima para navegar entre apuntes contables y tomar decisiones prudentes y acertadas desde el punto de vista de la dirección. A título personal, tuve la suerte de tenerle de profesor cuando cursé el Executive MBA en Madrid. Con él aprender era una tarea exigente, estimulante, agradecida. A los que iban de listillos les bajaba los humos, y a los más rezagados del pelotón, esforzados de la ruta, les esperaba con cariño y paciencia.

2Fernando no solo era un profesor respetado y admirado por sus alumnos, sino que gozaba de la confianza y gratitud de sus compañeros de tareas docentes. Profesor de profesores, no es casualidad que en el departamento de control de IESE se den cita grandes profesionales de la docencia que mamaron el oficio con tan ilustre y generoso mentor. Siempre dispuesto a dar feed-back sincero, oportuno y constructivo, muchos recuerdan hoy emocionados sus enseñanzas. Cantera de talento, esa debería ser la aspiración de todo buen directivo.

3En nuestro idioma, a diferencia del inglés que solo utiliza el verbo to be, tenemos la distinción entre ser y estar. Fernando lo tenía muy claro. Él era un profesor como la copa de un pino, esas eran sus señas de identidad, y por su sentido del deber y de la responsabilidad, estuvo en puestos estratégicos de dirección. Nada adicto al poder, estaba de paso por los salones y estancias del mismo. Visto como una servidumbre, cuando tuvo que echarse a un lado lo hizo de buen gusto. A diferencia de muchos ex que se deprimen si les faltan los embrujos del poder, Fernando mantenía una relación distante e independiente con tan sutil caballero. Él era un simple profesor, nada más y nada menos.

4Hombre llano, sencillo, campechano, humilde, era muy consciente de sus limitaciones. En su primera comparecencia ante el Claustro de profesores dijo con naturalidad: “Necesito vuestra ayuda. Y aún a riesgo de dramatizar, debo decir que la necesito angustiosamente. No me la neguéis.” Y por si alguno no se había enterado de que iba en serio, remachó: “Esto no es una súplica, es una orden”.

5Esa última frase encierra una de sus cualidades más distintivas. A un tonto se le distingue por su visión rígida, prepotente, maniquea, dogmática, de la vida, por su actitud tremendista y a la defensiva. Se toma todo tan en serio que el arte de vivir se le escurre torpemente entre las manos. A un sabio le anuncia su mirada limpia, abierta, ecuánime, su predisposición al diálogo franco y respetuoso. Consciente de sus carencias, aprende a vivir con ser tan limitado. En Fernando su sentido del humor era proverbial. Una mezcla de sorna gallega, flema británica, su ironía fina y elegante invitaba al realismo y a la prudencia. Mientras te sacaba una carcajada espontánea y sincera te dejaba pensando con una frase paradójica. Nos hacía reír porque se reía de sí mismo, frontera afectiva, intelectual y moral de los mejores.

Humanista honesto al que le adornaban un montón de virtudes, con un acusado sentido de la amistad, su memoria me anima a pensar en los desafíos educativos de la sociedad digital. Por encima de los imparables y sorprendentes desarrollos tecnológicos, la figura del maestro que invita a sus alumnos a realizar su potencial, a descubrir las claves de una vida buena, a cultivar un espíritu crítico y libre, se muestra absolutamente imprescindible. Eso es lo que representa para mí el profesor Pereira, ese es su legado imborrable. Descansa y ríe en paz, querido Fernando.