Del tratado a la amistad

Con frecuencia aprovecho esta tribuna que me brinda EXPANSIÓN para compartir con los lectores buenos libros. Hoy les recomiendo dos cuya trama argumental gira en torno a uno de los sentimientos humanos más nobles, la amistad. En una sociedad que consagra mucho tiempo y energía en hurgar en conflictos, miserias, relaciones rotas, desencuentros, creo que es necesario dirigir la mirada al lado más amable y esperanzador de la condición humana.

El primero de ellos se titula Coach Wooden and Me, del famoso jugador de los Lakers, Kareem Abdul-Jabbar. Yo todavía recuerdo de mi infancia sus famosos ganchos. Se subtitula, Nuestra amistad de cincuenta años, fuera y dentro de la cancha. El deporte es una fuente rica en experiencias y aprendizajes. Coach Wooden and Me es inspirador. Con un estilo ameno, ágil, ahonda en la relación de mutuo respeto y afecto construida por un chaval espigado, Lewis Alcindor, su nombre original, vecino de New York, y John Wooden (1910-2010), nacido en Hall, un pueblo de Indiana. El primero, uno de los míticos jugadores de la NBA, compañero de Magic Johnson. El segundo, el entrenador más laureado de la prestigiosa liga universitaria, campeón en 10 ocasiones con Ucla. Uno, criado en las calles de Harlem, urbanita, negro, devoto musulmán. Otro, blanco, procedente de la América profunda, rural, devoto cristiano.

Abdul-Jabbar va recorriendo algunas de las lecciones dictadas por su entrenador y posterior amigo. Aquí dejo algunas pinceladas. A la hora de fichar jugadores, Wooden se fijaba en la habilidad y talento natural para el basket y en el carácter del universitario, en su actitud ante la vida. En ese sentido, tres mensajes con los que le machacaba constantemente, “no bebas, no te quejes, no busques excusas; es tu responsabilidad”. Después de trabajar a conciencia en sesiones duras de entrenamiento, automatizados los movimientos, interiorizadas las jugadas ensayadas, el equipo tenía que reaccionar al desarrollo del juego sin pensar, fluyendo con naturalidad y confianza. La última guinda, “no pienses en el resultado, no te obsesiones con ganar. El viaje es el premio, no llegar a tu destino”. Consejos decisivos para cualquier profesional de la dirección preocupado por los resultados, en lugar de centrarse en el proceso, en la calidad del producto o servicio ofrecido, en el cliente, en el capital humano.

El segundo libro es El infiel y el profesor, de Dennis C. Rasmussen. Subtítulo, David Hume y Adam Smith. La amistad que forjó el pensamiento moderno. En sus páginas, el autor explica la complicidad y camaradería que cultivaron estos dos ilustres escoceses. David Hume (1711-1766), probablemente el filósofo de habla inglesa más indiscutible. Smith (1723-1790), autor famoso de La riqueza de las naciones, la Biblia para muchos defensores del capitalismo moderno en su versión más libre y sostenible. El primero, tory conservador, escéptico. El segundo, whig liberal, creyente.

David Hume fue el pensador que más influyó en Adam Smith. Éste pasó a la historia de las ideas por su teoría de la mano invisible, por su defensa del libre comercio. Si leemos los Discursos políticos de Hume, se ve la influencia de éste sobre el que fue profesor y decano de la Universidad de Glasgow. Hume defiende que el libre cambio beneficia a todos, pobres y ricos. Gobierno y pueblo, y que es imposible lograr la prosperidad arruinando a los países adyacentes. Lamenta “el cúmulo de prohibiciones, óbices e imposiciones que todas las naciones de Europa, con Inglaterra al frente, han aplicado al comercio y que no sirven más que para frenar el desarrollo”. Ojalá se hubieran inspirado en Hume Donald Trump, Theresa May y demás predicadores demagógicos del proteccionismo.

Por su parte Adam Smith escribió, además, La Teoría de los sentimientos morales. Reducido por muchos a una interpretación economicista de las relaciones humanas, estudió, pensó y escribió sobre filosofía, derecho, profundizando en las claves afectivas y culturales del ser humano. Por ejemplo, sobre la justicia, defiende que “no entraña nada más, ni nada menos, que abstenerse de menoscabar la vida, la libertad o la propiedad de otros”. La describe como “la pared maestra que aguanta el edificio entero y que, si la derribáramos, la estructura gigantesca de la humanidad se tambalearía”. Cuando presenciamos una injusticia, Smith argumenta que “nuestra condena no deriva de la simpatía con el interés general de la sociedad, sino de la simpatía con el damnificado”. Sorpresa para muchos descubrir en Smith algo más que un economista sensible al libre comercio.

Caminos paralelos de cuatro personas que hicieron de sus diferencias y de su espíritu de trabajo la base de su fecunda amistad.