Liderazgo y coherencia

Llevo años observando, estudiando, escribiendo, sobre el proceso transformador del liderazgo. En una sociedad avanzada, dotada de una robusta arquitectura institucional, el liderazgo aflora, se ejerce, consolida y retira a tiempo, en lugar de concentrar el concepto en la endiosada figura del líder. No es propio de personas libres e independientes seguir incondicionalmente las huellas del líder. Si éste tiene la talla intelectual, emocional y moral que el oficio de gobernar precisa, aspira a ser cantera de líderes, vivero de hombres y mujeres con talento y carácter para caminar por la vida según les dicte su inteligencia, olfato y valores. Me gustan las democracias donde no recuerdo el nombre del primer ministro y me repugnan los regímenes cuyos jefes de Gobierno se perpetúan y son idolatrados.

¿Qué es liderazgo? ¿Razón, corazón? ¿Lógica, sentimientos? ¿Misión, visión, capacidades estratégicas, pensamiento táctico, habilidades de comunicación, negociación? ¿Compromiso? Si se me exigiera resumir en una sola palabra ejercicio tan delicado, lo tengo claro: ejemplo. Albert Einstein afirmó: “Dar ejemplo no es una manera de influir en los demás; es la única manera”. Por esta razón es una práctica exigente, comprometedora, que puede poner en evidencia a personas devoradas por el personaje que representan. Esto lo sabe cualquier padre o madre que a lo peor destroza su autoritas con conductas que desorientan a sus hijos. Lo sabe cualquier profesor que se recrea entre teorías y modelos conceptuales para luego llegar tarde a clase, desconocer a sus alumnos o calificarles según criterios de dudosa justicia. Lo sabe cualquier jefe investido del poder del puesto, capaz de soltar un mensaje humanista que no siente, provocando la perplejidad cínica de sus colaboradores. Entre el discurso y la vida se abre un gap doloroso, una brecha de confianza, una crisis de credibilidad que deteriora la convivencia.

En política este problema sobrepasa los límites más inverosímiles A diario desayunamos con noticias que producen estupor en la ciudadanía. Sin duda el paradigma actual de la incoherencia son Pablo Iglesias e Irene Montero, predicadores de valores que no practican. Paladines de la utopía revolucionaria, bolcheviques tardíos agazapados a la espera de su oportunidad, para ellos la democracia occidental es una experiencia burguesa que ha de ser superada. Contrarios a la libertad económica, reticentes a la propiedad privada, críticos feroces del capitalismo (sin especificar lo que esta palabra significa), deciden hacer algo tan legítimo, saludable y natural como comprar una casa donde criar a los hijos que vienen en camino. Bienvenidos al club de los burgueses, al que pertenece su otrora denostado señor De Guindos, abierto a nuevos socios, cuantos más, mejor. Es una buena escuela en realismo, prudencia, austeridad, sentido de la responsabilidad, independencia económica…Tanto me alegro que no me voy a romper la cabeza preguntándome por qué la Caja de Ingenieros les concede una hipoteca que a otros ciudadanos les sería negada. Me temo que su reiterada afirmación de que están en política de paso va a tener que ser revisada. Si no, ¿cómo harán frente al capital e intereses? Siguiendo con su inconsistencia, se quejan del acoso de los medios, de caza de brujas. Para ser pioneros de escraches agresivos, embajadores de algaradas violentas, cuando están al otro lado del conflicto tienen la piel muy fina. ¿Cómo reaccionan los que al final se retratan, por sus actos los conoceréis? En lugar de encajar el golpe, calibrar su alcance, ejercer la autocrítica, aprender, incluso hasta disculparse, inician una huida hacia delante.

Ya lo advirtió Marcel Proust: “Si no vives como piensas, acabas pensando como vives”. No debe ser fácil improvisar un pensamiento que se adecue a un nuevo tren de vida. Podrían aprovechar su inversión patrimonial para defender una socialdemocracia moderna, solidaria y justa que acepta que, para repartir riqueza, primero hay que crearla y desgajarse de la casposa facción anticapitalista de Podemos. ¿Demasiado pedir? ¿Romper con el pasado, con la adolescencia universitaria, con la demagogia totalitaria? Si fuera así, bendito chalé. Una constatación evidente. Los más violentos en el enfrentamiento ideológico, los más histriónicos en el uso del lenguaje, son los más incoherentes.

Aún recuerdo el imperativo “míreme usted a los ojos” de Hernández Moltó dirigido al exgobernador del Banco de España, Mariano Rubio. El fanático reprime pecados y contradicciones íntimas inconfesables. En la sociedad digital de hoy, escondidos en las redes sociales, proliferan los Calvinos, maestros de la intolerancia y el fariseísmo, que mandan a Miguel Servet a la hoguera porque no soportan su inocencia. En cambio, cuando palabras y hechos marchan razonablemente acompasados, la mesura, el equilibrio y la tolerancia presiden el estilo de liderazgo de quien es honesto y consecuente con sus ideas.