La desaceleración no es preocupante, ignorarla sí

El gobierno de España constata una cierta desaceleración de la economía. Como si fuera una especie de fatalidad, un imponderable, un azar del destino.

Los datos son evidentes y, además, no necesariamente correlacionados con los de otras economías. Mientras el consumo minorista caía en España en julio un 0,4%, crecía en Reino Unido un +3,9%, en Francia un +2,7%, en Alemania un +0,7% y en Portugal un +2,2%.

El empleo también ha sufrido una caída abrupta, muy por encima de otros meses similares. La afiliación a la Seguridad Social perdía en agosto casi 203.000 afiliados, el peor mes de agosto desde 2008 y el peor –junto con 2007 y 2008– en más de diez años, casi un 40% peor de lo habitual en este mes. La contratación desciende un 23,2% respecto a julio.

El crecimiento estimado de los países de la eurozona se ha revisado ligeramente a la baja, pero se mantiene en cifras cercanas al 2,2%. No podemos decir que es un problema generalizado.

Si miramos las estimaciones de consenso, las revisiones a la baja en julio y agosto se han dado en Francia, Bélgica, Italia y España, mientras que Irlanda, Holanda y Austria ven sus expectativas mejorar. Más preocupante resulta el hecho de que España se sitúe como la tercera economía europea con mayor empeoramiento de expectativas en 2019.

Si analizamos el crecimiento global, la desaceleración viene de aquellos países que cayeron en la trampa de creer que aumentar los desequilibrios salía gratis. Y por lo tanto, deberíamos tomar nota.

El problema de algunos países emergentes ha sido creado por sus propias políticas internas, tras varios años de excesos. Sin embargo, la economía global sigue mostrando un crecimiento sólido, superior al 3,1% en 2018 y 3,2% en 2019, con las revisiones positivas de estimaciones lideradas por la mejora en Estados Unidos.

Los datos de comercio global tampoco son alarmantes. Según datos del Banco Mundial, entre 2012 y 2016 el crecimiento anual en volúmenes se frenó a un pobre 2,5% de media. El comercio global repuntó con un crecimiento superior al 4% solamente en 2017. En 2018 será ligeramente inferior, pero mejor que la media de 2012-2016. Culpar a factores externos es cómodo, pero engañoso. La mal llamada guerra comercial no es más que una negociación que, como estamos viendo, se cierra con acuerdos como el de México o la Unión Europea.

Crecimiento endeudado

En realidad estamos viviendo una moderación en el exceso de optimismo global que caracterizaba las estimaciones de 2017 para los próximos años. La euforia a la hora de hablar de “crecimiento sincronizado” ha pasado a mostrar la realidad de un crecimiento endeudado. La deuda global total sobre PIB alcanzaba su nivel más alto en décadas, más de un 320%. Y algunos países padecen ahora la resaca.

El potencial y capacidad de competir de España ya se ha demostrado en el pasado. España ya era capaz de crecer muy por encima de la media de la eurozona y alcanzar cifras récord de exportaciones con algunos de sus principales socios comerciales en recesión o estancamiento. España ganaba cuota de mercado y crecía en el exterior a pesar de las pobres cifras de comercio global mencionadas.

En un entorno difícil, España consiguió liderar la reducción de desequilibrios. El déficit público se redujo un 70% desde las cifras de 2011, y nuestro país se situaba como el segundo mayor en creación de empleo fijo, recuperando el 100% del empleo indefinido perdido durante la crisis.

Por lo tanto y de momento, España se enfrenta a una desaceleración que no es preocupante, pero tampoco es generalizada. Una desaceleración que no podemos ignorar ni mucho menos decidir encoger los hombros y pensar que “ya pasará”.

La crisis en algunos mercados emergentes no es un rayo que cae del cielo, es una oportunidad para no cometer sus errores, atraer inversión a nuestro país, y presentar a España como una oportunidad para los creadores de empleo y los inversores del mundo.

La ligera desaceleración de algunas economías europeas, además, coincide con el final de los estímulos del Banco Central Europeo. Lo último que debería hacer una economía cíclica como es la española es revertir las reformas que nos han permitido salir de la crisis. Es, como mínimo, preocupante que un país que se enfrenta a más de 300.000 millones de euros de vencimientos de deuda a medio plazo, vencimientos que podía refinanciar cómodamente cumpliendo con sus objetivos, se plantee incumplir los compromisos de estabilidad presupuestaria haciendo lo contrario a lo que están haciendo los países líderes.

Las economías líderes del mundo están reduciendo la carga fiscal a la inversión y la creación de empleo e incentivando el aumento de la renta disponible. Desde Estados Unidos a China. Hacer lo contrario es, como mínimo, imprudente y denota una visión de la economía equivocada. Que los agentes económicos, las empresas y las familias están al servicio del gasto político, no al revés.

Irresponsabilidad

Introducir enormes vaivenes en comunicación, anunciar grandes subidas de impuestos y aumentos radicales de gasto nunca ayuda a generar confianza, pero es completamente irresponsable ante una desaceleración que deberíamos afrontar como una oportunidad para atraer mucho más capital y mayores y mejores empresas. Con una cuña fiscal a empresas y familias que se sitúa entre las más altas de la Unión Europea y la OCDE, es irresponsable buscar mayores aumentos fiscales.

La economía española puede salir reforzada del final de los estímulos monetarios al que nos acercábamos con la mayoría de los desequilibrios resueltos. España debe aprovechar el entorno global para poner la alfombra roja al emprendimiento, la inversión y ser líderes en seguridad inversora.

Un país no se enfrenta a una desaceleración moderada atacando a las empresas, poniendo el gasto como objetivo prioritario, y anunciando políticas que en todo el mundo recuerdan a los errores previos a la crisis. Los gobiernos siempre piensan que tienen “margen” para gastar con el dinero de los demás.

No es una casualidad que los países que lideran las revisiones al alza de las estimaciones de crecimiento sean también los que han tomado la senda de incentivar el crecimiento, reduciendo la carga fiscal al empleo, la inversión y el ahorro.

Aumentar el déficit estructural subiendo gasto político e impuestos hace a España mucho más débil ante una moderación del crecimiento, y extremadamente frágil de cara a un cambio de ciclo.

La labor de un gobierno no es constatar la desaceleración. Para eso hay analistas. La labor de un gobierno es tomar nota de los errores del pasado, facilitar el crecimiento y tomar medidas para que esa desaceleración no se convierta en un problema, sino una oportunidad para crecer más.