Fusiones: Un antídoto difícil de digerir

El sector bancario europeo, y dentro de éste el español, dan cada vez más por descontado un escenario en el que los tipos de interés permanecerán en niveles negativos o muy bajos durante varios años. Esto, unido a la desaceleración económica, anticipa un futuro a corto y medio plazo complicado para las cuentas de resultados de los bancos.

Tanto los supervisores como los analistas abogan por avanzar en la consolidación del sector para elevar su rentabilidad y mejorar su eficiencia. Este proceso permitiría, sobre el papel, generar economías de escala y reducir costes. Sin embargo, las fusiones y compras llevadas a cabo en los últimos años han mostrado que en la práctica no siempre se genera un negocio tan evidente. ¿Por qué? Una de las ventajas obvias de una fusión es el ajuste de plantilla y de oficinas en aquellas zonas donde haya solapamientos. Pero estos cierres ni son inocuos ni salen gratis. Su coste es muy alto (entidades como Santander o CaixaBank, con ERE recientes, pueden hoy dar prueba de ello) y en ocasiones provocan que la lógica de búsqueda de rentabilidad de estas operaciones se atenue o se pierda.

Lo que más interesa a las entidades que participan en una operación de compra o de fusión es la masa de clientes que se obtiene. El resto (oficinas, servicios centrales, plataformas tecnológicas...) pueden suponer tanto,un gasto como un dolor de cabeza para los responsables de ejecutar una integración. En este escenario, la compra de bancos de pequeño tamaño pierde parte de su interés. Esto no significa que estas entidades no puedan participar en posibles operaciones, pero las dificulta.

Como señalaba recientemente un ejecutivo de un gran banco español, “la clave estará en la valoración de las mismas”. Es decir: para que alguien las compre, las entidades pequeñas han de asumir su menor valor.