El arte de reinventarse

Cuando trabajo o me relaciono con personas de cincuenta y pico años, o que ya están o incluso superan la década de los sesenta, los retos que conllevan esa tardía franja de edad son de distinta índole y categoría. A nivel macro, como país, ¿nos podemos permitir el lujo de desperdiciar el caudal de conocimiento y experiencia atesorado por hombres y mujeres en plena madurez intelectual y profesional? Con una pirámide de población literalmente invertida, con un sistema de pensiones diseñado para otra época, en situación comatosa, ¿cómo se explica jubilar forzosamente a profesionales que pueden y quieren seguir trabajando? ¿No se puede y debe personalizar ese tramo de vida?

A nivel micro, desde el punto de vista estrictamente individual, me sorprende a menudo el vértigo que puede producir un tiempo presidido más por el ocio que por el negocio. Cuando la agenda se relaja, cuando se encuentra en ella huecos antes inexistentes, cuando el móvil no suena tan frecuente, no todo el mundo disfruta de una diferente y más relajada cadencia vital. ¿Motivos? Vaya usted a saber, cuidado con generalizaciones absurdas. ¿Una identidad construida exclusivamente alrededor de una posición o responsabilidad institucional? ¿Un estatus social vinculado excesivamente con el trabajo? ¿Primacía del personaje representado durante años, investido de un cierto poder, sobre la persona que respiraba en la sombra? ¿Ausencia de planes, hobbies, aficiones, relaciones, amistades... que convierten un retiro, un descanso reparador, en cima difícil de escalar? ¿Vacío existencial, excesiva dependencia de indicadores de productividad personal? ¿Simple y llanamente, animales de costumbres, cuesta desarrollar nuevo hábitos y actividades que impriman sentido a nuestros días? Preguntas universales que tarde o temprano a todos nos interpelan, las respuestas son evidentemente personales e intransferibles.

Después de haber estado en las últimas semanas con personas procedentes de distintos ámbitos y culturas frisando los sesenta, me encontré en EXPANSIÓN el martes un reportaje magnífico firmado por Carmen Méndez. Se titula oportunamente El caso de las vidas de repuesto, y versa sobre el presente más rabioso de Eduardo Torres- Dulce, ex fiscal general del Estado. De su padre, magistrado, heredó su pasión por el Derecho, su respeto a la ley. Un mensaje le quedó grabado de manera indeleble: “Estáis para servir a la justicia y a los ciudadanos con sentido de la responsabilidad”. Fiscal general del Estado de 2012 a 2014, ha ejercido durante cuarenta años la función de fiscal. Finalizada esa etapa, al menos temporalmente, se ha pasado a la práctica de la abogacía como consejero externo de Garrigues.

Saber, talento y experiencia

Además de ser un hombre de leyes, también ejerce la docencia, vocación donde vuelca todo su saber, talento y experiencia. Camino de estrenar década, nació en 1950, ¿qué otras facetas cultiva Torres-Dulce, más allá de su pasión por una familia que incluye cinco nietos? El reportaje se hace eco de tres dimensiones que me resultan especialmente queridas y admiradas. Critico de cine habitual en EXPANSIÓN, sus crónicas las devoro con interés. Por ejemplo, de este fin de semana no pasa sin ir a ver la última película de Garci, amigo suyo, El Crack Cero. Leer sus críticas y reflexiones sobre algunos clásicos de la historia del cine –Doce hombres sin piedad, El hombre que mató a Liberty Valance, Matar a un ruiseñor, Veredicto final...–, o sobre cintas más actuales –La espía roja, Hotel Bombay, Viento de libertad, Downton Abbey...–, además de un placer es una garantía de acierto en la decisión.

Al hecho de ser escritor se suma la circunstancia de editor. Hatari Books es una nueva editorial de libros de cine, que toma el nombre de una película de Howard Hawks. Con un grupo de cinéfilos como él, socios emprendedores inauguraron la colección con la biografía de John Ford, de Peter Bogdanovich, para Torres-Dulce históricamente el mejor director de cine. “Estamos muy orgullosos del cuidado de las ediciones. Es ahora, en el tramo maduro de nuestra vida, cuando los proyectos que ilusionan se encaran con otra perspectiva”. Ilusión y canas, energía y sabiduría, no es mala combinación. Mental, afectiva, espiritualmente jóvenes, sin extrapolar ingenuamente, me atrevo a apuntar dos conclusiones. Una, el equilibrio personal requiere de una identidad plural, rica, versátil. Poner todos los huevos en la misma cesta, demasiado riesgo, nos puede limitar y empobrecer. De ahí a apagarnos prematuramente media un paso. Dos, a “retirarse”, a reinventarse se aprende desde el principio, navegando por el río de la vida desde sus nacimiento y desarrollo. Difícil improvisar a los sesenta lo que no has cultivado a los treinta. Vivir es importante... y urgente.