La vida pasa muy rápido, sobre todo para las soluciones imaginativas del pensamiento único. Hace pocos años, todo el mundo hablaba de la Abenomics, el plan del primer ministro japonés, Shinzo Abe, de sacar a su país del letargo mediante una triple estrategia: expansión monetaria, expansión fiscal y reformas estructurales. Anunciada en 2012, la Abenomía no sirvió para nada, y hoy nadie se acuerda de ella. La economía japonesa sigue estancada, y de cuando en cuando aparecen nuevas iniciativas expansivas, con una elevada tasa de mortalidad y ningún resultado tangible.
Lo que sí recordamos, al menos los mayores, es que hace medio siglo Japón era el milagro económico del mundo, y se hablaba con naturalidad de que iba a superar a Estados Unidos por su dinamismo empresarial y espíritu innovador y competitivo. Tras un fulgor inicial, la escena se apagó y, lo que es peor, no sólo la economía nipona languidece, sino que su lúgubre panorama amenaza con extenderse, singularmente en economías poco flexibles, como hay tantas en Europa, empezando por la española. Es lo que el profesor Jesús Huerta de Soto llama “la japonización de la Unión Europea”.
Los fundamentos de ese proceso guardan una inquietante similitud en nuestro continente y en las antípodas. Los japoneses viven bajo los efectos de un tóxico cóctel de expansión monetaria, creciente gasto público, elevada fiscalidad y mercados rígidos, que bloquea el crecimiento. Y, como tantos otros Estados, quieren dejar atrás ese modelo haciendo lo mismo.
Con el dudoso aval de la teoría monetaria moderna, que John Greenwood y Steve H. Hanke llaman la teoría monetaria mágica, se supuso que no había ningún problema en fomentar una deuda denominada en moneda nacional y en manos de los propios japoneses. Bajaron los tipos de interés y la inflación a cero, o por debajo, y se hundieron más y más en el pozo. No animaron la inversión privada, pero facilitaron la financiación del déficit público. Fueron pioneros en la llamada “expansión cuantitativa” de la moneda y el crédito, deprimiendo artificialmente los tipos, y llevando la deuda pública al 250% del PIB. Y lo último que se les ha ocurrido son unas medidas de “estímulo” con una subida del impuesto al consumo del 8% al 10%. La economía, que creció un 1% en 2019, se espera que apenas lo haga un 0,3% este año.
Se parece bastante a Europa, con políticas semejantes, y el mantra de que el Banco Central Europeo no puede hacer más, se ha quedado sin munición, ahora le toca el relevo a la política fiscal, etc. Mientras tanto, no se contiene el gasto público y no se hacen las reformas liberalizadoras. Los malos resultados son esperables.