En la gala de los Goya, el actor Enric Auquer dedicó su premio “a todos los antifascistas del mundo”. Aunque siempre cabe denunciar la patética hemiplejia moral del llamado mundo de la cultura, presto a condenar el fascismo mientras pasa de puntillas sobre el comunismo, quizá resulte más provechoso reflexionar sobre el propio antifascismo por dos motivos. En primer lugar porque, como es evidente, sea uno de izquierdas o no, está muy bien ser antifascista. Y en segundo, y esto es mucho menos evidente, porque rara vez los progresistas perciben hasta qué punto su antifascismo es fascista. Lo ilustraré con dos ejemplos de la misma gala.
El actor y director Eduardo Casanova pidió más “cultura antifascista en España”, y alertó: “Hay veces que parece que volvemos para atrás”. Toda la gala fue un meloso canto a la izquierda, y Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las respuesta, recibió todos los mimos. Esa alerta de don Eduardo encaja con el discurso de la izquierda y de la ultraizquierda frente al peligro que representan Ciudadanos, PP y Vox. Casanova no sólo es antifascista, sino que sabe cómo promover el cine antifascista: “Al presidente del Gobierno le pediría más dinero para hacer nuestras películas. Nuestras películas necesitan dinero. Este tipo de galas están muy bien, pero necesitamos dinero público para el cine”.
Algunos apuntaron que su película había recibido un millón de euros y, al lograr menos de 15.000 espectadores, no recaudó ni 82.000 euros. Pero don Eduardo sabe por qué fracasó su película: todo se debió “a la falta de más subvenciones”, y a que no se habló más del filme en los medios públicos, para seguir “educando desde el cine”. Esto es fascismo genuino: “todo dentro del Estado”, como decía Mussolini, incluyendo la propaganda política para “educar” al pueblo.
El segundo ejemplo lo brindó Pedro Almodóvar, quien se dirigió así a Warren: “Va a ser el coautor del guión de todos nosotros, los ciudadanos españoles, y espero que le vaya muy bien, porque nos irá muy bien a todos los demás”. Es difícil expresar mejor la esencia del fascismo, desde el culto al líder hasta la identificación totalitaria de su persona con el conjunto de la nación. El fascismo sostiene, efectivamente, que hay un guión para toda la nación, que tiene por tanto objetivos comunes. Pero una sociedad de mujeres y hombres libres es lo contrario del fascismo, porque no hay un guión de todos, no hay objetivos comunes, sino sólo reglas comunes. Dentro de esas reglas, cada mujer persigue su propio objetivo y redacta su propio guión. Cuanto más extendida esté la defensa de la libertad individual, más atrás quedarán el fascismo y sus émulos pseudoprogresistas.