Impuestos y semáforos

Tengo un amigo pintor, y persona muy inteligente, que me planteó el siguiente argumento: “Hay que pagar impuestos porque son legales. Quienes defraudan a Hacienda violan la ley, y ninguna sociedad puede funcionar si los ciudadanos incumplen las leyes. Imagínate qué sucedería si la gente se saltara los semáforos”.

Me llama la atención cómo se repite el ejemplo de los semáforos desde el recelo ante el liberalismo, cuando en verdad, y como tengo escrito, los liberales “queremos semáforos y queremos reglas como las de los semáforos, útiles mecanismos de asignación de la escasez, que son ejemplo de regulación liberal, porque el Estado se limita a estipular una regla sencilla, nada arbitraria, completamente predecible, que le impide discriminar entre las personas”. El Estado ha crecido de forma notable apoyándose precisamente en principios contrarios a los semáforos, como sucede típicamente con los impuestos, que son a menudo complejos, arbitrarios, impredecibles y discriminadores. Pero volvamos a mi amigo el pintor y a su argumentación. Resulta al parecer inexpugnable, salvo que la analicemos como acabo de hacer: distinguiendo entre normas, porque son en esencia diferentes los semáforos y los impuestos.

Esa diferencia resulta diáfana si observamos lo que sucede en la práctica con la violación de ambas normas. Es indudable que si la gente se saltara los semáforos la vida en la sociedad sería muy difícil, si no imposible. Imaginemos el desastre qué sucedería en España si un 10% de la población decidiera mañana conducir sin respetar los semáforos.

Normas distintas

Ahora bien, lo que ocurre en la realidad es que sólo una ínfima minoría de personas hace caso omiso a dichas señales de tráfico. En cambio, el porcentaje de españoles que defrauda al Fisco es elevado. Desconocemos la cifra exacta, naturalmente, pero se ha estimado en un 20% del PIB. No digo que podamos trasladar mecánicamente ese porcentaje, y sostener que el 20% de la población defrauda, pero desde luego es un número abultado de ciudadanos. Y, sin embargo, España ha salido adelante, los españoles hemos prosperado en gran número y el fraude fiscal evidentemente no lo ha impedido, como sí habría impedido la convivencia que millones de españoles se saltaran los semáforos.

Son, por lo tanto, normas distintas. De hecho, la expresión “fraude” es equívoca. Porque ninguna sociedad podría subsistir con un porcentaje de ladrones y estafadores ni remotamente parecido al de quienes engañan al Fisco. Y, por fin, si nos limitamos a aceptar que los impuestos deben ser pagados sólo porque son legales, nublamos todo límite a la expansión del poder; es decir, quebrantamos la noción básica de la libertad.

Voy a cenar pronto con mi amigo el pintor. A ver qué me dice.