Warren va en coche al campo

Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, recibió en la Moncloa a los fabricantes de automóviles, Anfac, y escuchó sus reivindicaciones. El Gobierno dialoga con las empresas del automóvil y también con las organizaciones agrarias. Warren en persona, con ese estilo tan suyo de moralizar la política, consideró que los precios bajos que se cobran en el campo son “inaceptables”. Cabe concluir, por tanto, que Warren va en coche al campo.

Las empresas del automóvil, como las demás, no buscan enemistarse con el poder, sino al contrario: su proximidad con los que mandan les ahorra costes y les puede proporcionar pingües beneficios. No las critico por ello, sólo constato la necedad del antiliberalismo hegemónico que insiste en que los capitalistas son vigorosos liberales que están permanentemente presionando al poder para que baje gastos e impuestos. La realidad es justo la contraria.

Los directivos de Anfac propusieron aumentar el gasto en 54.000 millones de euros, tres cuartas partes de los cuales serían gasto público. Como sucede siempre, presentaron cálculos que sólo auguraban bienes para el Gobierno y la sociedad: hasta un 12% adicional podría aumentar el PIB, se crearían 1,5 millones de empleos en 20 años, etc. A la hora de pagar impuestos, esas empresas quieren una fiscalidad mejor para su actividad, lógicamente; con lo cual será peor para los demás, lógicamente.

¿Quién paga la cuenta?

Mientras Warren conduce el coche, resulta que las empresas constructoras agrupadas en Seopan quieren que se imponga un peaje en todas las autovías. Otra vez, los resultados son estupendos: el Gobierno recibiría 5.600 millones por la concesión y 4.800 millones en impuestos; tendría las autovías en perfecto estado, etc. ¿Cuál es el problema de todo esto? Usted, señora, que es la que va pagar la cuenta, como siempre. Igual que es la que va a pagar la última incursión progresista contra las mujeres ahorradoras: el plan de eliminar la desgravación en los planes privados de pensiones. Warren no lo dice así, pero lo sabe. Está ante la tesitura de crujirla a usted a cambio de sanear algo sus cuentas y poder aumentar el gasto en capítulos cuya rentabilidad política le compense el coste político que representa su enfado de usted.

Por fin llega Warren al campo. Todo debería funcionar bien, según el delirante plan que ha diseñado: el Estado va a garantizar los márgenes de la cadena alimentaria. Todos tendrán garantizada su rentabilidad. ¡Genial! ¿Cómo no se nos había ocurrido antes? Otra vez, el único problema estriba en que al final de esa cadena está usted, señora. Y su rentabilidad de usted no la garantiza nadie. Warren contempla el atardecer y se pregunta por qué será que hoy despliegan sus alas con tan desusado entusiasmo los buitres.