La libertad tras el virus

El coronavirus no sólo tiene un trágico coste en vidas humanas. También tiene costes en términos de quiebras, paro y pobreza, que veremos en toda su crudeza próximamente, y que podríamos ponderar con otra dimensión, económica y también políticamente relevante: la libertad.

Como era de esperar, la crisis ha impulsado a los enemigos de la sociedad abierta, que Hayek llamó “los socialistas de todos los partidos”. Desde los fascistas hasta los comunistas, arrecian los cánticos del Orfeón del Sesgo Cognitivo, que aseguran que todo lo malo se debe a la libertad y sus instituciones, empezando por la propiedad privada y los contratos voluntarios; y que todo lo bueno se debe al Estado.

Desde tribunas sin fin somos aleccionados sobre el desastre que es el mercado; incluso llegan a proclamar el entierro definitivo de la mano invisible de Adam Smith quienes ignoran el significado de la primera y no han leído nada del segundo. Como hicieron los soviéticos con los disidentes, leemos a solemnes profesores que diagnostican que si ahora alguien reclama libertad, debe de estar mal de la cabeza. Es, en suma, incuestionable que las crisis animan a los recelosos de la libertad, desactivan la resistencia popular ante las incursiones del poder y facilitan la propagación del pensamiento mágico que nos promete soluciones eficientes, que están al alcance de la mano, con tan solo aceptar las recetas antiliberales de toda la vida: más gasto público, más impuestos, más deuda y más interferencias económicas, políticas y legislativas. ¿Aumentan el paro y la pobreza? Pues la solución es la renta básica. ¿O qué propone usted? ¿Acaso bajar impuestos y abrir mercados para facilitar que la gente pueda salir adelante trabajando dignamente?

Catálogo fofo intervencionista

Cabría argumentar que eso es lo que hace la gente en libertad, y que por eso funciona el capitalismo, ahora llamado “neoliberalismo”, no vaya a ser que recordemos los catastróficos y criminales resultados prácticos del anticapitalismo. Pero una cosa es argumentar y otra es convencer. A día de hoy, todo indica, como digo, que prevalecerán los mitos del catálogo fofo intervencionista, y el virus nos dejará con menos libertad que antes.

Y, sin embargo, la historia no está escrita. Podría suceder otra cosa. El número de quienes desconfían de los socialistas de todos los partidos podría aumentar. Algunos más podrían cuestionar la lógica del Orfeón del Sesgo Cognitivo y sus promesas del paraíso en la otra esquina, o de que aquí sólo se va a perseguir a los multimillonarios. Si somos más los incrédulos ante las pócimas engañosas del pensamiento único antiliberal, y los que confiamos más en las personas que en los poderosos, igual el horizonte de la libertad tras el virus no es tan aciago como hoy puede parecer.