Keynes, ahora sí

Como era previsible, ya estamos oyendo nuevamente que la solución es Keynes. No verá usted muchos avisos de que la expansión del intervencionismo va a poner en riesgo el empleo y los ingresos de las trabajadoras. Denuncian los “recortes” en la Sanidad madrileña quienes ignoran las cifras del gasto sanitario de Madrid. Proclaman el derrumbe definitivo de la globalización neoliberal quienes en su vida han cotejado un dato sobre la globalización ni han leído una página sobre el liberalismo. Y nos estigmatizan a los disidentes de la corrección política, calificándonos de radicales, unos solemnes profetas del Apocalipsis de la libertad, siendo así que, como el padre en la famosa canción de Serrat, cada uno ellos se ha hecho viejo sin mirarse al espejo.

Es instructiva, asimismo, la pasión con la que Paulita Naródnika y sus secuaces de Podemos esgrimen el artículo 128 de nuestra Constitución, como si urgiera a la completa estatización de la economía, sin que se hayan tomado la molestia no sólo de leer los artículos 31 y 33, sino de estudiar el papel de las constituciones y su relativa salvaguarda de la libertad y los derechos de los ciudadanos. La circunstancia de que Cuba, Venezuela o Corea del Norte posean cartas magnas podría haberles sugerido algo a esta casta de doctores de Ciencias Políticas. Otros finos analistas han perdido la oportunidad de moderar la solemnidad, y han dado rienda suelta a la peligrosa y falaz moralización de la política, a la que abrió la puerta el presidente luso al calificar de “repugnante” que los políticos holandeses puedan aspirar a no dañar demasiado a sus propios contribuyentes. Ha habido demagogia pretendidamente europeísta sobre la mutualización de la deuda y la subida del gasto público, que ha pasado olímpicamente por encima de la situación de las trabajadoras que pagan impuestos aquí y, sobre todo, en otros países de Europa.

Pócimas milagrosas

Y entre tanto dislate sobre lo egoístas que son los calvinistas noreuropeos, se repiten las recetas de Keynes como si fueran pócimas milagrosas para estimular nuestras enfermizas economías, sin prestar atención a los textos del economista inglés, que llegó a afirmar: “Los terremotos e incluso las guerras pueden servir para incrementar la riqueza”, algo que nunca ha sucedido. Dice Keynes en el capítulo 10 de la Teoría General que cualquier gasto, por absurdo que sea, servirá para acabar con el paro en una recesión. No se le ocurrió que, como sucedió con el ahora nuevamente de moda New Deal rooseveltiano, puede profundizarla y prolongarla.

Por fin, cabe constatar que quienes nos aseguran que ahora sí el antiliberalismo de Keynes es la solución, nunca antes defendieron el liberalismo, ni saludaron a Adam Smith.