La salud del poder

Varias voces, como The Economist esta semana, han advertido que la pandemia es mala para la salud de la gente, pero buena para la salud del poder. El coronavirus ha brindado renovados bríos a los enemigos de la libertad, que ya están sosteniendo que el mal es una consecuencia de la hiperglobalización y el fundamentalismo de mercado que hemos padecido. Los datos, como siempre, les traen sin cuidado.

El médico inglés que escribe bajo el seudónimo Theodore Dalrymple ironizó hace poco sobre los solemnes catedráticos franceses que despotrican contra el “neoliberalismo” y el “austericidio” en un país cuyo gasto público supera el 55% del PIB. Alaban la gestión sanitaria del Estado alemán, más pequeño que el galo, e incluso la del Estado surcoreano, cuyo gasto público en proporción al PIB es la tercera parte que el francés. Los datos han refutado sistemáticamente a los socialistas de todos los partidos, que aquí en España han mentido descaradamente sobre los recortes y la supuesta privatización de la Sanidad. Pero está claro que “muchos emplearán la epidemia como pretexto para ejercer más poder y más control sobre la población”.

Veamos quiénes son esos otros “muchos”. No piense usted sólo en los ultras del fascismo o del comunismo. Josep Borrell es un socialista moderado, pero anunció en una entrevista en El Mundo que habrá nacionalizaciones, lo que ratificó el jueves pasado EXPANSIÓN: que veremos un aumento permanente del peso del Estado, y que subirán los impuestos “como instrumento de construir respuestas sociales”. Es notable la arrogancia de los antiliberales que presumen de saber lo que la sociedad pregunta y responde, como si la sociedad estuviera hoy clamando para que el poder le arrebate aún más dinero.

En nombre del capitalismo

Todo este ataque se hará en nombre del capitalismo, incluso para salvarlo de la quema, y en nombre del progreso, la solidaridad, la equidad, y, por supuesto, para “no dejar a nadie atrás”. Sí, señora, cuando dicen eso jamás piensa en usted como contribuyente: usted se quedará atrás, junto con millones más.

Sesudos intelectuales recuperarán la gansada de un “nuevo contrato social”, naturalmente, un contrato que usted, señora, no podrá negarse a firmar, y que, naturalmente, comportará una subida de impuestos. Lo interesante es que esta élite de pensadores emplearán como argumento de peso el siguiente: las mujeres trabajadoras en otros países de Europa padecen una presión tributaria superior a la que sufren las trabajadoras españolas.

Vaya por Dios, esto no puede ser, y como no puede ser, habrá que aumentar aquí los impuestos para “homogeneizar el esfuerzo” y “equiparar nuestra capacidad de recaudación”. Asombrosamente, un número apreciable de los doctores que cuidan de la salud del poder no percibe que en esa conclusión igual hay un problema de lógica.