Antonio Garrigues y Cristina Almeida

Son dos personalidades fuertes y positivas, que derrochan energía. Hay entre ellos una complicidad forjada a lo largo de los años, aunque no siempre han estado de acuerdo. “¡La de discusiones que habrán oído estas paredes!, ¿verdad Antonio?”, le sonríe Cristina. Las paredes del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid callan y otorgan. Pero Antonio Garrigues (Madrid, 1934) y Cristina Almeida (Badajoz, 1944), cada uno en su ámbito de actuación como abogados, han trabajado por lo mismo: lograr una España mejor, más moderna y justa para todos. Reconocen haber tenido sus piques, pero hay admiración mutua y respeto entre el liberal que es Garrigues y la mujer de izquierdas que es Almeida.

Ambos se han implicado con entusiasmo, como en todo lo que hacen, en el Club Sénior de la Abogacía de Madrid para hacer su aportación a otros que, como ellos, han dedicado su vida a la abogacía. Lo resume Almeida cuando se lamenta de que “es una pena caer en el olvido después de una vida profesional larga”. Garrigues va más allá: “Hay un tema que tenemos que empezar a aceptar en España: vamos hacia una sociedad más longeva. Las personas viven más años y debemos procurar que tengan una ocupación seria y eficaz. Si no, aparece la soledad, que es un drama”.

Dispuestos a movilizarse por otros veteranos, estos dos sénior no se olvidan de los jóvenes abogados. Les gusta conectar con ellos. Como apunta Antonio Garrigues, “tenemos experiencia y una larga historia profesional, pero también debemos aprender de ellos, de su identidad digital, por ejemplo. El encuentro entre generaciones beneficia a todos”.

A los jóvenes

Cristina Almeida recuerda a los más jóvenes que la abogacía es más que una profesión. “Su ejercicio tiene un sentido transformador de la sociedad. Además, los letrados somos los que acercamos la Administración al ciudadano. Y de nuestro trabajo y de nuestra responsabilidad dependen muchas vidas y muchas libertades”.

El consejo de Garrigues a las nuevas generaciones es que sean serios en el trabajo y conscientes de que hay que estar aprendiendo toda la vida. “Sobre todo –recalca–, deben tener presente que sin calidad ética, sin integridad, no hay futuro”.

Al echar la vista atrás, Antonio Garrigues cree que ellos lucharon por objetivos que de verdad merecían la pena: la democracia, la integración de España en Europa. “No eran cosas pequeñas ni mendaces, eran valores”.

Cristina Almeida afirma risueña que “a Antonio le importaba más lo de Europa”. Ella se opuso a la entrada de España en la OTAN y admite sus diferencias con Garrigues, pero ambos deseaban impulsar a España hacia la modernidad.

Ese camino no fue llano. Los dos recuerdan con nitidez la matanza de los abogados laboralistas de Atocha el 24 de enero de 1977. Almeida con la emoción a flor de piel, porque aquel día perdió a varios compañeros. Ella fue una de las letradas en el juicio posterior. Los dos se retrotraen a aquellos días terribles y elogian la figura de Antonio Pedrol Rius, ya fallecido, entonces decano del Colegio de Abogados de Madrid.

Destacan su papel porque Pedrol garantizó, frente a las presiones, que la capilla ardiente se instalaría en el colegio. Almeida recuerda que dijo: “Son abogados, y sus féretros van a salir del Colegio. Y yo saldré el primero en el entierro”. Garrigues estaba entonces en la junta de gobierno y fue testigo. “Este país agradece poco los méritos ajenos –reflexiona–, y Pedrol fue muy relevante en la democratización, en la calidad de la abogacía y en la defensa de los derechos humanos. En esa época, la abogacía cumplió un papel significativo, más que ninguna otra profesión liberal, en la defensa de la democracia”.

Presente y futuro

En un giro inesperado de la charla, para rebajar un poco la emoción, los dos ironizan con la idea de que igual aburren a los jóvenes con estas historias, pero están de acuerdo en que hay que contarlas, porque se nos olvida que “siempre hay que defender las libertades que se conquistan, porque siempre hay un riesgo de perderlas”.

Vuelven al presente y hablan de cómo ven la profesión. Para Garrigues, está bien estructurada y vertebrada. Pone el foco en dos asuntos: el cambio digital y una mayor especialización. “En medicina, si tienes un problema de riñón, vas al nefrólogo. El mundo del Derecho crece y debe especializarse. Cuando empecé, no existía, por ejemplo, el derecho de medio ambiente”. “Lo del medio ambiente era tener ducha en casa”, interviene divertida Almeida. “Hemos avanzado con lo que hemos aprendido. Acuérdate, Antonio, de aquellos Aranzadis, lo que pesaban. Y ahora ordenas: ‘Siri, dime el artículo 34’, y ya está”.

Ríen con ganas. Mantienen una vitalidad admirable, dispuestos a seguir aportando su experiencia a la sociedad. Y no están cansados. “¡Cómo me voy a cansar, si lo único que me ilusiona es el futuro! Todo lo demás ya lo he vivido”, concluye Almeida.