Un pacto histórico que exige responsabilidad

Europa tiene por fin un pacto histórico para afrontar su reconstrucción. Un acuerdo que sirve para revitalizar el propio proyecto de la Unión, que estaba debilitado por la salida del Reino Unido y por la irrupción de unos populismos que militan en el antieuropeismo. El pacto alcanzado en la madrugada de ayer es un buen punto de partida para desterrar todos esos fantasmas, pero se convertirá en un estrepitoso fracaso si yerra en su aplicación. Dadas las circunstancias, alcanzar un acuerdo era, dentro de las dificultades, lo razonable. Todos los grandes países estaban alineados en la búsqueda de una solución conjunta y tarde o temprano se iba a materializar. Desde ahora, el éxito y la esperanza de Europa residen en el rigor con el que se utilicen esos fondos, que serían insuficientes si, además, ese ejercicio no viene acompañado de reformas.

La lección de los frugales. La experiencia y las presiones a las que nos han sometido los denominados países frugales durante la negociación deberían servirnos de lección. No es un tema ideológico, ni de modelo, por mucho que algunos hayan intentado simplificar demagógicamente el debate. A pesar de que la imagen de halcón ha recaído en el conservador Mark Rutte, países como Suecia o Dinamarca, con gobiernos socialdemócratas, respaldaban la posición del premier holandés de exigir ortodoxia económica a los vecinos del sur. España debe tener claro que no habrá solidaridad europea que se mantenga si cada Estado no es capaz de asumir su responsabilidad. Y los populismos han demostrado ser trágicamente irresponsables. Europa ha desmostrado una vez más que se hace más fuerte en las crisis y ha asumido un acuerdo hasta no hace mucho impensable, al que los países deben responder con rigor. Con un compromiso firme en la estabilidad presupuestaria a largo plazo que nos permita no sólo recuperarnos de esta crisis sino prepararnos mejor para la siguiente.

Lo que no hay que hacer. El presidente Pedro Sánchez tiene ahora el reto de embridar las veleidades de unos socios que, tras la debacle electoral en Galicia y País Vasco, no van a poner facilidades para una aplicación seria del plan de reconstrucción. Una aplicación que debe aprovecharse para mejorar la competitividad de nuestra economía en todos los frentes.El vicepresidente, Pablo Iglesias, salió ayer a proponer hacer todo lo que España no debe hacer. Dijo que los fondos debían utilizarse para la “reconstrucción de lo público”. No se podrá recuperar lo público si no somos capaces de reconstruir previamente buena parte de todo ese tejido productivo privado, que luego con su actividad alimenta el Estado de Bienestar. Dijo Iglesias que estos fondos nos van a permitir evitar la austeridad y no hacer recortes. Estos fondos son en realidad una oportunidad para empezar de nuevo, pero en ningún caso deben propiciar que nos comportemos como si nada hubiera ocurrido. El ejercicio de austeridad viene obligado porque el acuerdo firmado ayer es un ejercicio de solidaridad coyuntural, con la condición de que recuperemos lo antes posible el rigor estructural. No habrá recuperación sin esfuerzo. Los compañeros de Gobierno de Sánchez, que han estado al margen de lo sucedido estos días en Bruselas, dijeron ayer que incluso hay que derogar la reforma laboral, lo que no encaja con el espíritu del pacto.

Estabilidad deseada. Los 140.000 millones que recibirá España, de los que 72.700 millones serán ayudas directas con condiciones, distan de las pretensiones iniciales de Sánchez –en abril reclamaba un fondo europeo de 1,5 billones de euros con una gran parte de transferencias–, pero son un gran éxito por todo lo que representan. Que los Estados miembros estén dispuestos a mutualizar la deuda y compartir los riesgos durante mucho tiempo supone a la postre un salto cualitativo sin precedentes en el proyecto europeo. Con el pacto renace una Europa más fuerte y estable, más preparada para luchar contra las amenazas que la acechaban. No podemos desperdiciar esta oportunidad.