Cuestión de carácter

Ordinariamente nuestros partidos son partidos de circunstancias, no de principios. Recogen el premio de la docilidad y del entusiasmo de las masas que dirigen”. ¿Adivina, estimado lector, el autor de estas palabras? ¿El tiempo en el que fueron expresadas? Difícil interrogante, le ahorro su esfuerzo. Se trata de Ralph Waldo Emerson, escritor independiente, filósofo norteamericano. Su ensayo, Self-Reliance, es una joya que merece una lectura detenida, un homenaje al genio individual de cada persona. Su crítica, incisiva y necesaria, proferida en 1843, va dirigida a los dos grandes partidos de la entonces joven democracia estadounidense. Me he sumergido otra vez en un texto intemporal que rezuma sabiduría y equilibrio, con objeto de coger fuerzas para soportar un clima político irrespirable que amenaza tormenta.

El espectáculo de Trump negándose a reconocer su derrota y felicitar deportivamente a su rival, Biden, es deprimente, pero no le va a la zaga el silencio sepulcral de multitud de gobernadores, senadores y congresistas norteamericanos incapaces de facilitar una transición fluida, leal y elegante. ¿Por qué lo hacen? ¿Temor a las posibles represalias de personaje tan bravucón? ¿Miedo a perder el poder, a que se debilite su base electoral? Todavía perplejo por reacción tan irresponsable, no es el único silencio que en estos días grises, plomizos, resulta ensordecedor. Por estos pagos hispanos también llama la atención el comportamiento y actitud de personajes públicos que en petit comité se explayan a gusto, preocupados por la suerte de su país, pero que a la hora de la verdad callan su opinión más sincera. Su lenguaje corporal les delata. ¿Hay que haber rebasado la frontera de los setenta, estar de vuelta de todo, haber degustado y perdido las mieles del poder, para escuchar voces libres, honestas, independientes?

A más de uno le vendría bien profundizar en el pensamiento de R. W. Emerson: “Lo que tengo que hacer es todo aquello que me conviene, no lo que la gente cree. Esta regla, tan difícil en la vida práctica como en la intelectual, puede servir para establecer una distinción completa entre la grandeza y la mediocridad. Es muy difícil de seguir, porque siempre hallareis personas que creen saber cual es vuestro deber mejor que vosotros mismos. Es fácil vivir en el mundo según la opinión del mundo: es fácil vivir en la soledad según la propia opinión; pero el hombre grande es el que en medio de la muchedumbre conserva con perfecta dulzura la independencia de la soledad.” Desde ahí, desde ese lugar donde nadie te puede acompañar, desde tu versión más original, te das generosamente a la comunidad. En España, pese a los déficits de nuestro sistema educativo, no falta talento, ingenio, imaginación, creatividad, pero empiezo a sospechar que no estamos muy sobrados de carácter, de personalidades valientes, fuertes, libres, que se limitan a cumplir su deber, nada más y nada menos.

Sigo a Emerson en su viaje intrapersonal. “Un hombre se queda tranquilo y contento cuando ha puesto el corazón en su obra y ha hecho todo lo que ha podido”. Gandhi lo sabía muy bien. “¿Quieres cambiar el mundo?, empieza por ti mismo”. Independientemente del resultado obtenido, cuando atiendes los requerimientos de esa delicada, discreta, pertinaz, voz interior, cuando peleas por aquello que da sentido a tu vida, cuando te guía un propósito noble, cuando te mueve la idea de servir, solo intentarlo, expresarte, ya es un triunfo. “Nada puede darle paz sino usted mismo. Nada puede darle la paz sino el triunfo de los principios”, remacha Emerson. Lo contrario es una visión cínica, amoral, de la política, de la convivencia en común. Una confusión entre el ejercicio obsesivo del poder y un liderazgo asentado sobre la confianza, el respeto, la credibilidad, la autóritas diferencial del ejemplo. Como decía Groucho Marx: “Tengo estos principios, y si no le gustan, tengo estos otros.” Desgraciadamente, son legión numerosa sus seguidores.

A Abraham Lincoln, el gran presidente norteamericano, le tocó lidiar con el conflicto norte-sur. En un momento de lucidez y serenidad fija con meridiana claridad los valores que presiden su acción de gobierno: “Deseo gobernar de tal forma que, al final, cuando haya dejado las riendas y haya perdido todas las amistades sobre la tierra, me quede cuando menos un amigo dentro de mí”. Soledad, tribunal implacable, tarde o temprano cita ineludible, no todos van a poder aguantar la mirada última e insondable del espejo. El calor del poder, de sus arrumacos y ventajas, se impone sobre una conciencia anestesiada. Pecados de omisión, los más sutiles, los más fáciles de tapar, sortear y justificar.